viernes, 26 de junio de 2015

San Pablo de Tarso




(Saulo de Tarso, también llamado San Pablo Apóstol; Tarso, Cilicia, h. 4/15 - Roma?, h. 64/68) Apóstol del cristianismo. Tras haber destacado como furibundo fustigador de la secta cristiana en su juventud, una milagrosa aparición de Jesús convirtió a San Pablo en el más ardiente propagandista del cristianismo, que extendió con sus predicaciones más allá del pueblo judío, entre los gentiles: viajó como misionero por Grecia, Asia Menor, Siria y Palestina y escribió misivas (las Epístolas) a diversos pueblos del entorno mediterráneo. Los esfuerzos de San Pablo para llevar a buen fin su visión de una iglesia mundial fueron decisivos en la rápida difusión del cristianismo y en su posterior consolidación como una religión universal. Ninguno de los seguidores de Jesucristo contribuyó tanto como él a establecer los fundamentos de la doctrina y la práctica cristianas.


Biografía
Las fuentes fundamentales acerca de la vida de San Pablo pertenecen todas al Nuevo Testamento: los Hechos de los Apóstoles y las catorce Epístolas que se le atribuyen, dirigidas a diversas comunidades cristianas. De ellas, diversos sectores de la crítica bíblica han puesto en duda la autoría paulina de las llamadas cartas pastorales (la primera y segunda Epístola a Timoteo y la Epístola a Tito), en tanto que existe una práctica unanimidad en considerar la Epístola a los hebreos como escrita por un autor diferente. Pese a la disponibilidad de tales fuentes, los datos cronológicos de las mismas resultan vagos, y cuando existen divergencias entre los Hechos y las Epístolas se suele dar preferencia a estas últimas.

Saulo (tal era su nombre hebreo) nació en el seno de una familia acomodada de artesanos, judíos fariseos de cultura helenística que poseían el estatuto jurídico de ciudadanos romanos. Después de los estudios habituales en la comunidad hebraica del lugar, Saulo fue enviado a Jerusalén para continuarlos en la escuela de los mejores doctores de la Ley, en especial en la del famoso rabino Gamaliel. Adquirió así una sólida formación teológica, filosófica, jurídica, mercantil y lingüística (hablaba griego, latín, hebreo y arameo).
No debía, sin embargo, residir en Jerusalén el año 30, en el momento de la crucifixión de Jesús; pero habitaba en la ciudad santa seguramente cuando, en el año 36, fue lapidado el diácono Esteban, mártir de su fe. En concordancia con la educación que había recibido, presidida por la más rígida observancia de las tradiciones farisaicas, Saulo se significó por aquellos años como acérrimo perseguidor del cristianismo, considerado entonces una secta herética del judaísmo. Inflexiblemente ortodoxo, el joven Saulo de Tarso estuvo presente no sólo en la lapidación de Esteban, sino que se ofreció además a vigilar los vestidos de los asesinos.


La conversión
Los jefes de los sacerdotes de Israel le confiaron la misión de buscar y hacer detener a los partidarios de Jesús en Damasco. Pero de camino a esta ciudad, Saulo fue objeto de un modo inesperado de una manifestación prodigiosa del poder divino: deslumbrado por una misteriosa luz, arrojado a tierra y cegado, se volvió a levantar convertido ya a la fe de Jesucristo (36 d. C.). Según el relato de los Hechos de los Apóstoles y de varias de las epístolas del propio Pablo, el mismo Jesús se le apareció, le reprochó su conducta y lo llamó a convertirse en el apóstol de los gentiles (es decir, de los no judíos) y a predicar entre ellos su palabra.

Tras una estancia en Damasco (donde, después de haber recuperado la vista, se puso en contacto con el pequeño núcleo de seguidores de la nueva religión), se retiró algunos meses al desierto (no se sabe exactamente adónde), haciendo así más firmes y profundos, en el silencio y la soledad, los cimientos de su creencia. Vuelto a Damasco, y violentamente atacado por los judíos fanáticos, en el año 39 hubo de abandonar clandestinamente la ciudad descolgándose en un gran cesto desde lo alto de sus murallas.
Aprovechó la ocasión para marchar a Jerusalén y ponerse en contacto con los jefes de la Iglesia, San Pedro y los demás apóstoles, no sin dificultades, porque estaba todavía muy vivo en la Ciudad Santa el recuerdo de sus actividades como perseguidor. Le avaló en el seno de la comunidad cristiana San Bernabé, que lo conocía bien y quizá era pariente suyo. Regresó después a su ciudad natal de Tarso, en cuya región residió y predicó hasta que hacia el año 43 vino a buscarlo Bernabé. A consecuencia de una carestía que atacó duramente a Palestina, Pablo y Bernabé fueron enviados a Antioquía (Siria), ciudad cosmopolita donde eran numerosos los seguidores de Jesús (allí se les había dado por primera vez el sobrenombre de "cristianos"), para llevar la ayuda fraternal de la comunidad de Antioquía a la de Jerusalén.


El apóstol de los gentiles
En compañía de San Bernabé, San Pablo inició desde Antioquía el primero de sus viajes misioneros, que lo llevó en el año 46 a Chipre y luego a diversas localidades del Asia Menor. En Chipre, donde obtuvieron los primeros frutos de su trabajo, abandonó Saulo definitivamente su nombre hebreo para adoptar el cognomen latino de Paulus, que llevaba probablemente desde niño como segundo apellido. Su romanidad podía parecer oportuna para el desarrollo de la misión que el apóstol se proponía llevar a cabo en los ambientes gentiles. En adelante, sería él quien llevaría la palabra del Evangelio al mundo pagano; con Pablo, el mensaje de Jesús saldría del marco judaico, palestiniano, para convertirse en universal.

A lo largo de su predicación, San Pablo iba presentándose sucesivamente en las sinagogas de las diversas comunidades judaicas; pero esta presentación terminaba casi siempre en un fracaso. Bien pocos fueron los hebreos que abrazaron el cristianismo por obra suya. Mucho más eficaz caía su palabra entre los gentiles y entre los indiferentes que nada sabían de la religión monoteísta hebraica. En este primer viaje recorrió, además de Chipre, algunas regiones apartadas del Asia Menor. Creó centros cristianos en Perge (Panfília), en Antioquía de Pysidia, en Listra, Iconio y Derbe de Licaonia. El éxito fue notable; pero también fueron numerosas las dificultades. En Listra escapó de la muerte sólo porque sus lapidadores creyeron erróneamente que ya había muerto.

Entre el primer y el segundo viaje, San Pablo residió algún tiempo en Antioquía (49-50 d. C.), desde donde marchó a Jerusalén para asistir al llamado "Concilio de los Apóstoles". Las cuestiones que iban a tratarse en el concilio eran de una gravedad difícilmente concebible en nuestros días. Había que dilucidar la licitud de bautizar a los paganos (algunos judeo-cristianos se oponían aún a tal iniciativa), y, sobre todo, establecer o rechazar la obligatoriedad de los preceptos judíos para los conversos que procedían del paganismo. El éxito de su labor evangelizadora permitió a San Pablo imponer la tesis de que los cristianos gentiles debían tener la misma consideración que los judíos; profundo expositor del valor de la Ley mosaica y de su importancia histórica, San Pablo defendió que la redención operada por Cristo marcaba el definitivo ocaso de dicha ley y rechazó la obligatoriedad de numerosas prácticas judaicas.

El segundo viaje evangélico (50-53) comprendió la visita a las comunidades cristianas de Anatolia, fundadas unos años antes; luego fue recorriendo parte de la Galatia propiamente dicha, visitó algunas ciudades del Asia proconsular y marchó después a Macedonia y Acaya. La evangelización se hizo particularmente patente en Filippos, Tesalónica, Berea y Corinto. También Atenas fue visitada por San Pablo, quien pronunció allí el famoso discurso del Areópago, en el que combatió la filosofía estoica. El resultado, desde el punto de vista evangelizador, fue más bien exiguo. Durante su estancia en Corinto, donde estuvo en contacto con el gobernador de la provincia, Gallón (hermano de Séneca), inició al parecer San Pablo su actividad como escritor, enviando la primera y segunda Epístola a los tesalonicenses, en las que ilustra a los fieles acerca de la parusía o segunda venida de Cristo y de la resurrección de la carne.

El tercer viaje (53-54-58) se inició con la visita a las comunidades del Asia Menor y continuó también por Macedonia y Acaya, donde San Pablo Apóstol estuvo tres meses. Pero como centro principal fue escogida la gran ciudad de Éfeso. Allí permaneció durante casi tres años, trabajando con un grupo de colaboradores en la ciudad y su región, especialmente en las localidades del valle del Lico. Fue un apostolado muy provechoso, pero también lleno de fatigas para San Pablo: culminaron éstas con el tumulto de Éfeso, provocado por Demetrio, representante de los numerosos comerciantes que explotaban la venta de las estatuillas-recuerdo de Artemisa. San Pablo, refiriéndose a un episodio anterior, habla de una lucha con las fieras; es casi seguro que la expresión es metafórica, pero convergen muchos indicios en favor de la hipótesis de una auténtica prisión.

Desde Éfeso escribió la primera Epístola a los corintios, en la que se transparentan muy bien las dificultades encontradas por el cristianismo en un ambiente licencioso y frívolo como era el de la ciudad del Istmo. Probablemente se sitúa en la misma ciudad la redacción de la Epístola a los gálatas y la Epístola a los filipenses, en tanto que la segunda Epístola a los corintios fue escrita poco después en Macedonia. Desde Corinto envió el apóstol la importante Epístola a los romanos, en la que trata a fondo la relación entre la fe y las obras respecto a la salvación. Con ello pretendía preparar su próxima visita a la capital del imperio.


Últimos años
Sin embargo, los hechos se desarrollaron de un modo distinto. Habiéndose dirigido Pablo a Jerusalén para entregar una cuantiosa colecta a aquella pobre iglesia, fue encarcelado por el quiliarca Lisia, quien lo envió al procónsul romano Félix de Cesarea. Allí pasó el apóstol dos años bajo custodia militar. Decidieron embarcarlo, fuertemente custodiado, con destino a Roma, donde los tribunales de Nerón decidirían sobre él. El viaje marítimo fue, por otra parte, fecundo en episodios pintorescos (como el del naufragio y la salvación milagrosa), y durante el mismo el prestigio del apóstol se impuso al fin a sus guardianes (invierno de 60-61).

De los años 61 a 63 vivió San Pablo en Roma, parte en prisión y parte en una especie de libertad condicional y vigilada, en una casa particular. En el transcurso de este primer cautiverio romano escribió por lo menos tres de sus cartas: la Epístola a los efesios, la Epístola a los colosenses y la Epístola a Filemón.
Puesto en libertad, ya que los tribunales imperiales no habían considerado consistente ninguna de las acusaciones hechas contra él, reanudó su ministerio; pero a partir de este momento la historia no es tan precisa. Falta para este período la ayuda preciosa de los Hechos de los Apóstoles, que se interrumpen con su llegada a Roma. San Pablo anduvo por Creta, Iliria y Acaya; con mucha probabilidad estuvo también en España. De este período datarían dos cartas de discutida atribución, la primera Epístola a Timoteo y la Epístola a Tito; también por entonces habría compuesto la Epístola a los hebreos. Se percibe en ellas una intensa actividad organizadora de la Iglesia.

En el año 66, cuando se encontraba probablemente en la Tréade, San Pablo fue nuevamente detenido por denuncia de un falso hermano. Desde Roma escribió la más conmovedora de sus cartas, la segunda Epístola a Timoteo, en la que expresa su único deseo: sufrir por Cristo y dar junto a Él su vida por la Iglesia. Encerrado en horrenda cárcel, vivió los últimos meses de su existencia iluminado solamente por esta esperanza sobrenatural. Se sintió humanamente abandonado por todos. En circunstancias que han quedado bastante oscuras, fue condenado a muerte; según la tradición, como era ciudadano romano, fue decapitado con la espada. Ello ocurrió probablemente en el año 67 d. C., no lejos de la carretera que conduce de Roma a Ostia. Según una tradición atendible, la abadía de las Tres Fontanas ocupa exactamente el lugar de la decapitación.


El pensamiento paulino
De forma imprudente se ha exagerado en ocasiones la significación de la obra de San Pablo: algunos lo consideraron como el auténtico fundador del cristianismo; otros lo acusaron de ser el primer mixtificador del mensaje de Jesús. Es cierto que trabajó más que los demás apóstoles y que, en sus cartas, sentó las bases del desarrollo doctrinal y teológico del cristianismo. Pero su realmente meritoria labor, de la que él mismo se sentía con razón orgulloso, reside en el hecho de haber sido intérprete e incansable propagandista del mensaje de Jesús.

A San Pablo se debe, más que a los otros apóstoles, la oportuna y neta separación entre cristianismo y judaísmo; y es falso que tal separación se alcanzara mediante la creación de un sistema religioso especial, que habría sido elaborado bajo la influencia de la filosofía griega, del sincretismo cultural o de las numerosas religiones de misterios. En el curso de sus viajes evangelizadores, San Pablo propagó su concepción teológica del cristianismo, cuyo punto central era la universalidad de la redención y la nueva alianza establecida por Cristo, que superaba y abolía la vieja legislación mosaica. La Iglesia, formada por todos los cristianos, constituye la imagen del cuerpo de Cristo y debe permanecer unida y extender la palabra de Dios por todo el mundo.

El vigor y la riqueza de su palabra están atestiguados por las catorce epístolas que de él se conservan. Dirigidas a comunidades o a particulares, tienen todos los caracteres de los escritos ocasionales. En ningún caso pretenden ser textos exhaustivos, pero siempre son una poderosa síntesis de la enseñanza evangélica expresada en sus más claras verdades y hasta sus últimas consecuencias. Desde el punto de vista literario, debe reconocérsele el mérito de haber sometido por primera vez la lengua griega al peso de las nuevas ideas. Su educación dialéctica asoma en algunas de sus argumentaciones, y su temperamento místico se eleva hasta la contemplación y alcanza las cumbres de la lírica en el famoso himno a la caridad de la primera Epístola a los corintios.

Los escritos de San Pablo adaptaron el mensaje de Jesús a la cultura helenística imperante en el mundo mediterráneo, facilitando su extensión fuera del ámbito cultural hebreo en donde había nacido. Al mismo tiempo, esos escritos constituyen una de las primeras interpretaciones del mensaje de Jesús, razón por la que contribuyeron de manera decisiva al desarrollo teológico del cristianismo (debido a la inclusión de sus Epístolas, se atribuyen a San Pablo más de la mitad de los libros del Nuevo Testamento).

Proceden de la interpretación de San Pablo ideas tan relevantes para la posteridad como la del pecado original; la de que Cristo murió en la cruz por los pecados de los hombres y que su sufrimiento puede redimir a la humanidad; o la de que Jesucristo era el mismo Dios y no solamente un profeta. Según San Pablo, Dios concibió desde la eternidad el designio de salvar a todos los hombres sin distinción de raza. Los hombres descienden de Adán, de quien heredaron un cuerpo corruptible, el pecado y la muerte; pero todos los hombres, en el nuevo Adán que es Cristo, son regenerados y recibirán, en la resurrección, un cuerpo incorruptible y glorioso, y, en esta vida, la liberación del pecado, la victoria sobre la muerte amarga y la certeza de una futura vida feliz y eterna. También introdujo en la doctrina cristiana el rechazo de la sexualidad y la subordinación de la mujer, ideas que no habían aparecido en las predicaciones de Jesucristo.

En llamativo contraste con su juventud de fariseo intransigente, cerrado a toda amplia visión religiosa y celoso de las prerrogativas espirituales de su pueblo, San Pablo dedicaría toda su vida a "derribar el muro" que separaba a los gentiles de los judíos. En su esfuerzo por hacer universal el mensaje de Jesús, San Pablo lo desligó de la tradición judía, insistiendo en que el cumplimiento de la ley de Moisés (los mandatos bíblicos) no es lo que salva al hombre de sus pecados, sino la fe en Cristo; en consecuencia, polemizó con otros apóstoles hasta liberar a los gentiles de las obligaciones rituales y alimenticias del judaísmo (incluida la circuncisión).




viernes, 12 de junio de 2015

Oración a María

Oh Señora mía, Santa María:
hoy y todos los días y en la hora de mi muerte,
me encomiendo a tu bendita fidelidad y singular custodia,
y pongo en el seno de tu misericordia mi alma y mi cuerpo;
te recomiendo toda mi esperanza y mi consuelo,
todas mis angustias y miserias, mi vida y el fin de ella:
para que por tu santísima intercesión, y por tus méritos,
todas mis obras vayan dirigidas y dispuestas conforme a tu voluntad
y a la de tu Hijo.
Amén.

(San Luis Gonzaga, 1568 - 1591)


Liturgia de las Horas: Oración de Completas

COMPLETAS
(Oración antes del descanso nocturno)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

EXAMEN DE CONCIENCIA

Hermanos, habiendo llegado al final de esta jornada que Dios nos ha concedido, reconozcamos sinceramente nuestros pecados.

Yo confieso ante Dios todopoderoso
y ante vosotros, hermanos,
que he pecado mucho
de pensamiento, palabra, obra y omisión:
por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

Por eso ruego a santa María, siempre Virgen,
a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos,
que intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.

V. El Señor todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

Himno: CUANDO LA LUZ DEL SOL ES YA PONIENTE

Cuando la luz del sol es ya poniente,
gracias, Señor, es nuestra melodía;
recibe, como ofrenda, amablemente,
nuestro dolor, trabajo y alegría.

Si poco fue el amor en nuestro empeño
de darle vida al día que fenece,
convierta en realidad lo que fue un sueño
tu gran amor que todo lo engrandece.

Tu cruz, Señor, redime nuestra suerte
de pecadora en justa, e ilumina
la senda de la vida y de la muerte
del hombre que en la fe lucha y camina.

Jesús, Hijo del Padre, cuando avanza
la noche oscura sobre nuestro día,
concédenos la paz y la esperanza
de esperar cada noche tu gran día. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Al amparo del Altísimo no temo el espanto nocturno.

Salmo 90 - A LA SOMBRA DEL OMNIPOTENTE.

Tú que habitas al amparo del Altísimo,
que vives a la sombra del Omnipotente,
di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío.
Dios mío, confío en ti.»

Él te librará de la red del cazador,
de la peste funesta.
Te cubrirá con sus plumas,
bajo sus alas te refugiarás:
su brazo es escudo y armadura.

No temerás el espanto nocturno,
ni la flecha que vuela de día,
ni la peste que se desliza en las tinieblas,
ni la epidemia que devasta a mediodía.

Caerán a tu izquierda mil,
diez mil a tu derecha;
a ti no te alcanzará.

Tan sólo abre tus ojos
y verás la paga de los malvados,
porque hiciste del Señor tu refugio,
tomaste al Altísimo por defensa.

No se te acercará la desgracia,
ni la plaga llegará hasta tu tienda,
porque a sus ángeles ha dado órdenes
para que te guarden en tus caminos;

te llevarán en sus palmas,
para que tu pie no tropiece en la piedra;
caminarás sobre áspides y víboras,
pisotearás leones y dragones.

«Se puso junto a mí: lo libraré;
lo protegeré porque conoce mi nombre,
me invocará y lo escucharé.

Con él estaré en la tribulación,
lo defenderé, lo glorificaré;
lo saciaré de largos días,
y le haré ver mi salvación.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Al amparo del Altísimo no temo el espanto nocturno.

LECTURA BREVE   Ap 22, 4-5

Verán el rostro del Señor, y tendrán su nombre en la frente. Y no habrá más noche, y no necesitarán luz de lámpara ni de sol, porque el Señor Dios alumbrará sobre ellos, y reinarán por los siglos de los siglos.

RESPONSORIO BREVE

V. En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.
R. En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.

V. Tú, el Dios leal, nos librarás.
R. Te encomiendo mi espíritu.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Sálvanos, Señor, despiertos, protégenos mientras dormimos, para que velemos con Cristo y descansemos en paz.

CÁNTICO DE SIMEÓN       Lc 2, 29-32

Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz,

porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos

luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant.
Sálvanos, Señor, despiertos, protégenos mientras dormimos, para que velemos con Cristo y descansemos en paz.

ORACION

OREMOS,
Visita, Señor, esta habitación: aleja de ella las insidias del enemigo; que tus santos ángeles habiten en ella y nos guarden en paz y que tu bendición permanezca siempre con nosotros. Por Cristo nuestro Señor.
Amén.

BENDICIÓN

V. El Señor todopoderoso nos conceda una noche tranquila y una santa muerte.
R. Amén.

ANTIFONA FINAL DE LA SANTISIMA VIRGEN

Dios te salve, Reina y Madre de misericordia,
vida, dulzura y esperanza nuestra,
Dios te salve.

A ti llamamos los desterrados hijos de Eva,
a ti suspiramos , gimiendo y llorando
en este valle de lágrimas.

Ea, pues, Señora, abogada nuestra,
vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos,
y después de este destierro muéstranos a Jesús,
fruto bendito de tu vientre.

¡Oh clemente, oh piadosa,
oh dulce Virgen María!




Del Salmo 102:

Fuente: News. Va Español

ORAR CON EL SALMO DE HOY:   EL SEÑOR ES COMPASIVO Y MISERICORDIOSO


R/. La misericordia del Señor dura siempre,
para los que cumplen sus mandatos

Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo Nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R/.

Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
Él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura. R/.

El Señor hace justicia
y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés
y sus hazañas a los hijos de Israel. R/.

El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia.
No nos trata como merecen nuestros pecados
 ni nos paga según nuestras culpas. R/.


miércoles, 3 de junio de 2015

Cartas del Padre Pío

El Padre Pío de Pietrelcina es uno de mis santos predilectos. No se si es correcto decirlo así, ya que todos los santos contemplan el Rostro del Señor, pero, el Padre Pío nos deja innumerables lecciones de paciencia, humildad, fe y obediencia. Aquí, un tesoro: una carta dirigida a alguien que tuvo la dicha de conocerlo, y para nosotros, un legado invaluable.
 
Fuente: www.forosdelavirgen.org
Haciendo uso de su experiencia, el Padre Pío experimentó en su vida encuentros con ángeles y llegó a conocerlos bien. Y también recibió locuciones interiores que tuvo que discernir de quien venían y como tenía que actuar respecto a ellas.
En una carta que escribió el 15 de julio de 1913 a Annita, le da, y nos da, una serie de invalorables consejos sobre cómo actuar con respecto al ángel de la guarda, a las locuciones y a la oración.

Querida hija de Jesús,

Que tu corazón siempre sea el templo de la Santísima Trinidad, que Jesús aumente en tu alma el ardor de su amor y que él siempre te sonría como a todas las almas que él ama. Que María Santísima te sonría durante todos los acontecimientos de tu vida, y abundantemente sustituya a la madre terrenal que te falta.

Que tu buen ángel de la guarda vele siempre sobre ti, que pueda ser tu guía en el camino escabroso de la vida. Que siempre te mantenga en la gracia de Jesús y te sostenga con sus manos para que no puedas tropezar en una piedra. Que te proteja bajo sus alas de todas las trampas del mundo, del demonio y la carne.

Tienes gran devoción, Annita, a este ángel bueno; ¡Qué consolador es saber que cerca de nosotros hay un espíritu que, desde la cuna hasta la tumba, no nos deja ni por un instante, ni siquiera cuando nos atrevemos a pecar. Y este espíritu celestial nos guía y protege como un amigo, un hermano.

Pero es muy consolador saber que éste ángel ora sin cesar por nosotros, ofrece a Dios todas nuestras buenas acciones, nuestros pensamientos, nuestros deseos, si son puros.

Por el amor de Dios, no te olvides de este compañero invisible, siempre presente, siempre dispuesto a escucharnos y listo para consolarnos. ¡Oh deliciosa intimidad!, ¡Oh deliciosa compañía! ¡Si tan sólo pudiéramos comprenderlo!

Mantenlo siempre presente en el ojo de tu mente. A menudo recuerda la presencia de este ángel, dale las gracias, órale a él, siempre mantén la buena compañía. Ábrete tu misma a él y confíale tu sufrimiento a él. Ten un miedo constante de ofender la pureza de su mirada. Sabe esto y mantenlo bien impreso en tu mente. Él es muy delicado, muy sensible. Dirígete a él en momentos de suprema angustia y experimentarás su ayuda benéfica.

Nunca digas que estás sola en la batalla contra tus enemigos. Nunca digas que no tienes a nadie a quien puedas abrirte y confiar. Harías para este mensajero celestial una grave equivocación.

Por lo que respecta a las locuciones interiores, no te preocupes, pero ten calma. Lo que se debe evitar es que tu corazón se una a estas locuciones. No les des demasiada importancia a ellas, demuestra que eres indiferente. Ni desprecies tu amor, ni el tiempo para esas cosas. Siempre da respuesta a estas voces:

“Jesús, si eres tú el que está hablandome, dejame ver los hechos y las consecuencias de tus palabras, es decir, la virtud santa en mí”.

Humíllate delante del Señor y confía en él, gasta tus energías por la gracia divina, en la práctica de las virtudes, y luego deja que la gracia obre en ti como Dios quiera. Es la virtud la que santifica el alma y no los fenómenos sobrenaturales.

Y no te confundas a ti misma tratando de entender qué locuciones vienen de Dios. Si Dios es su autor, uno de los signos principales es que en cuando escuchas esas voces, llenan tu alma con miedo y confusión, pero después, te dejan una paz divina. Por el contrario, cuando el autor de las locuciones interiores es el diablo, comienzan con una falsa seguridad, seguido de agitación y un malestar indescriptible.

No dudo en absoluto de que Dios es el autor de las locuciones, pero hay que ser muy cauteloso porque muchas veces, el enemigo mezcla una gran cantidad de su propio trabajo a través de ellas. Pero esto no te debe asustar, éste es el juicio al que fueron sometidos, incluso los más grandes santos y las almas más ilustradas, y que fueron aceptables al Señor. Debes sencillamente tener cuidado de no creer en estas locuciones con demasiada facilidad, sobre todo cuando ellas se relacionen en cómo debes comportarte y lo que debes hacer. Debes recibirlas y enviarlas a juicio de quien te dirige. A continuación, debes resignarte a su decisión.

Por lo tanto lo mejor es recibir las locuciones con mucha cautela e indiferencia constante. Compórtate de esta manera y todo va a aumentar tu mérito ante el Señor. No te preocupes de tu vida espiritual; Jesús te ama mucho, y trata de corresponder a su amor, siempre avanzando en santidad delante de Dios y de los hombres.

Ora vocalmente también, que aún no ha llegado el momento de dejar estas oraciones, y con paciencia y humildad soporta las dificultades que experimentas en hacer esto. Que estés pronta también a someterte a las distracciones y la aridez, y no debes, de ninguna manera, abandonar la oración y la meditación. Es el Señor que quiere tratarte de esta manera para tu provecho espiritual.

Perdóname si termino aquí. Sólo Dios sabe lo mucho que me cuesta escribir esta carta. Estoy muy enfermo, reza mucho para que el Señor pueda desear librarme de este cuerpo pronto.
Te bendigo junto con la excelente Francesca. Que puedas vivir y morir en los brazos de Jesús.

F. Pio





La Niña María

Fuente: www.forosdelavirgen.org

Te entrego, Virgen Niña, mi corazón para
que lo presentes a Jesús.
Por el amor y complacencia con que te aceptó,
cuando a la temprana edad de tres años
te consagraste a El,
suplícale acepte el mío e imprima en él
las virtudes que le faltan, para que,
a imitación del tuyo, le sea agradable.

Enséñame a despreciar las honras vanas
del mundo; haz que siempre sea mi único
anhelo crecer en el amor de Dios,
cumpliendo siempre su divina Voluntad.

Te presento también los corazones de los
que no te conocen y no pueden amarte.
Oh Virgen Niña, atráelos con tus inspiraciones
para que, amándote todos como hijos,
vayamos a cantar las glorias y magnificencias
de tu hijo Jesús, nuestro Señor en el Cielo.

         Amén.

La Madre

María, madre...
Mi corazón te ama y mi mente te busca.
Quiero verte... abrazarte... sonreirte y que recibas mi alegría...

Madre bendita,... te ofrezco mi servicio en esta vida.
Mi obediencia y gratitud.
¡Quiero verte!...
¡Háblame, Madre mía!


La Medalla Milagrosa

Por: Catholic.net | Fuente: Catholic.net 

¡Oh María, sin pecado concebida, ruega (rogad) por nosotros que recurrimos a ti!

Esta advocación tiene su origen en la manifestación de la Santísima Virgen a Santa Catalina Labouré ocurrida en París, Francia, en 1830.

Catalina nació el 2 de mayo de 1806, en Fain-les-Moutiers, Borgoña, Francia. A los 24 años ingresó como novicia en la Congregación de las Hija de la Caridad de San Vicente de Paul.

La primera aparición tuvo lugar el día 18 de julio de 1830. Mientras la Santa dormía, un niño, vestido de blanco, como de 5 años le dijo: "Ve a la capilla que la Virgen María te espera".
En la capilla, el niño le dijo: " Aquí esta la Virgen Bendita ". Catalina cayó sobre sus rodillas y puso sus manos sobre el regazo de María. Entonces la Virgen habló con ella y le comunicó tristes acontecimientos, sus palabras fueron más o menos así: "Los tiempos serán muy calamitosos, habrá de llover desgracias sobre Francia, su trono será derribado, el mundo entero será afligido por calamidades de todas clases. El clero de París tendrá muchas víctimas, morirá el señor Arzobispo, la Santa Cruz será despreciada, el Corazón de mi Hijo será otra vez traspasado y el mundo entero se entristecerá."

Catalina escribiría en cuarenta años, refiriéndose a la profecía. Una semana después estalló la revolución en Francia. En 1870 fue fusilado el Arzobispo Monseñor Darboy y otros sacerdotes. Menos la ultima parte, todo lo dicho por María se cumplió.

La segunda aparición ocurrió el sábado 27 de noviembre del mismo año, cuando Catalina rezaba con toda la comunidad en la capilla, la Virgen se le aparecido sobre un globo que representaba al mundo y con sus pies pisando una serpiente, de sus dedos salían rayos de luz. Sus brazos se quedaron abiertos, mientras los haces de luz seguían cayendo sobre el globo de sus pies. Fue entonces cuando se formó un óvalo que rodeó la imagen y dentro de él apareció escrita la siguiente invocación:
"¡Oh María sin pecado concebida,
ruega (rogad) por nosotros que recurrimos a ti!"


Y una voz le dijo a Santa Catalina:
"Haz que se acuñe una medalla según este modelo. Las personas que la lleven recibirán grandes gracias. Las gracias serán abundantes para los que la lleven con confianza".

La medalla tiene en un lado la imagen de la Virgen, con la inscripción "Oh María sin pecado concebida, ruega (rogad) por nosotros que recurrimos a ti".

Del otro lado la letra M entrelazada con la cruz y debajo los corazones de Jesús y María y alrededor doce estrellas. El corazón de Cristo está coronado de espinas y el de María traspasado por una espada.

El Arzobispo de París, después de investigar el caso, autorizó la acuñación de la medalla en el año 1832. Fueron tantas las bendiciones que se obtuvieron a través de ella que las personas le dieron el nombre de "La Medalla Milagrosa".

La aparición de la Virgen a Santa Catalina esta íntimamente relacionada a los acontecimientos de Lourdes, Santa Bernadette declaró que la Señora de la Gruta se le apareció tal como estaba representada en la Medalla Milagrosa.

El dogma de fe de la "Inmaculada Concepción" fue declarado, por el Papa Pío IX; en el año 1854.
En el año 1894, se estableció el día 27 de noviembre para la festividad de la Manifestación de la Inmaculada Virgen de la Medalla Milagrosa.