jueves, 22 de octubre de 2020

Tú me salvas, ¡Señor!

Innumerables caídas. 
Poderosas ayudas celestiales.

Cuántas veces, Señor, has demostrado estar atento a mis súplicas, 
a mis ruegos, a mi llanto sin lágrimas. 
Cuántos momentos de oscuridad y desolación.
De mirar mi nada, y, a la vez, sentir mi filiación divina.

Soy toda tuya. Me has redimido con tu Sangre. 
Con tu muerte en la Cruz. 
¡Jamás seré abandonado por ti!
Permanecerás a mi lado.

Gracias Nazareno. 
Gracias por abrirnos las puertas de tu Reino. 
¡Gracias! porque allí, nuestras alegrías serán eternas contigo.