Innumerables caídas.
Poderosas ayudas celestiales.
Cuántas veces, Señor, has demostrado estar atento a mis súplicas,
a mis ruegos, a mi llanto sin lágrimas.
Cuántos momentos de oscuridad y desolación.
De mirar mi nada, y, a la vez, sentir mi filiación divina.
Soy toda tuya. Me has redimido con tu Sangre.
Con tu muerte en la Cruz.
¡Jamás seré abandonado por ti!
Permanecerás a mi lado.
Gracias Nazareno.
Gracias por abrirnos las puertas de tu Reino.
¡Gracias! porque allí, nuestras alegrías serán eternas contigo.
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