La Santa Misa es lo más maravillosos que nos dejó el Señor antes de partir al Cielo.
Cada vez que un sacerdote celebra la Eucaristía, se le ofrece al Padre el sacrificio de su Hijo amado en la Cruz por la redención del mundo. Y es como si nosotros nos hiciéramos presentes en aquel momento que tuvo lugar hace más de dos mil años.
El sacrificio, la oblación del Cordero Inmaculado, tuvo lugar una sola vez, pero la celebración de la Santa Misa hace posible que Él descienda a las manos de un hombre mortal, manos consagradas por un Obispo, sucesor de los apóstoles, para que repita las palabras que dijo Jesús en la Última Cena con los doce:
Tomen y coman todos de él porque éste es mi Cuerpo, que será entregado por ustedes.
Tomen y beban todos de él, porque éste es el Cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna que será derramada por ustedes y por MUCHOS para el perdón de los pecados. Hagan esto en conmemoración mía.
Hemos reparado todos que ahora se repite la palabra MUCHOS y no TODOS LOS HOMBRES, como se decía antes?...
Antes de este cambio, al decir TODOS LOS HOMBRES se hacía referencia a que TODOS tendríamos la posibilidad de ser salvados por los méritos del Sacrificio de Cristo en la Cruz y así ser herederos de su Reino en el Cielo. Claro está, reconociéndolo como nuestro Salvador, cumpliendo los mandamientos de la ley de Dios, las bienaventuranzas, obras de caridad, llevar una vida de sacramentos,... no se trata de una lista de deberes por cumplir, se trata de buscar y encontrar, llamar a la puerta y ver que se abre, pedir y recibir...
El Señor siempre está a nuestro lado.
El término MUCHOS nos toca hondo porque hace referencia de que no todos se salvarán. Únicamente muchos.
Personalmente me estremece el alma pensar que esto es una realidad. Y como anhelo en lo profundo, formar parte de aquellos MUCHOS, estoy dispuesta a hacer lo que El Señor me pide.
Sin olvidar que el espíritu está dispuesto pero la carne es débil. Y sin oración no llegaré ni a la mitad.
Oración, el rezo del Santo Rosario diario, como lo pidió María, nuestra Madre, en su aparición en Fátima, Portugal, la Santa Misa, confesión frecuente, lectura de la Biblia, visita al Santísimo, lectura de libros espirituales, obras de caridad empezando por casa, perdonar, rogar por vivos y muertos, confiar y amar a Jesús y María sabiendo que ellos nos aman mucho y glorificar a la Santísima Trinidad con nuestras vidas. Que Dios nos ayude a caminar siempre en su presencia con un corazón limpio, es decir, un corazón que desea amarlo y todo lo bueno que hace lo reconoce como venido de Su mano.
Unidos en oración.
En Cristo Jesús y María Santísima.