La vida es increíble.
Es bonita, es difícil, es corta, larga.
Reímos, cantamos, bailamos, lloramos, abrazamos, amamos; gozamos con la felicidad del otro, nos conmovemos con sus ilusiones, alegrías, sus retos cumplidos, sus confesiones de inseguridades abiertas y vencidas.
Tanto en común y tanto que nos hace diferentes, pero a la vez muy hermanos.
La vida es una, nos abraza y recibe. Hay tanto que disfrutar, que compartir, que entregar...
Y lo mejor es que no termina aquí.
El Padre de todos los hombres nos amó tanto y nos ama siempre, y fue por eso que envió a su único Hijo a ser sacrificado, por amor, por nuestros pecados. Aquellos pecados cometidos desde la creación del ser humano hasta el fin de los tiempos. Todos conocidos por Él y por su amado Hijo, Jesucristo, nuestro Señor y Salvador.
Las puertas del Reino están abiertas. Solo queda ver quiénes entrarán en él...
La invitación está hecha. La deuda pagada, el Amor esperando el momento destinado para cada uno.
Si elegimos pasar la eternidad en la dicha y bienaventuranza de la felicidad junto a Dios y a muchísimos otros hermanos que lo elegirán, gozaremos de una alegría y paz incomparable, bendita, real y absolutamente posible.
Si decidimos que somos invencibles, que estamos bien, que lo podemos todo, que lo pudimos todo sin Él, pasaremos la eternidad lejos de Él.
Si Dios es amor, ¿qué es lo contrario?, si Dios es perdón, ¿qué es lo contrario?, si Dios es misericordia, ¿qué es lo contrario?, si Dios es luz, ¿qué es lo contrario?...
"Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Juan, 14, 6), dijo el Señor.
¿Qué es lo contrario? Perdición, mentira y muerte.
La misericordia de Dios es grande y permanentemente se encuentra a la espera de que le hablemos, que le contemos nuestras angustias y alegrías, que le permitamos formar parte de nuestra historia y lo elijamos como el gran compañero.
¡Nos ama!, no ama nuestro pecado, pero nos ama a nosotros, sus hijos únicos e incomparables.
Jesús, ven..., acércate a mí, muéstrame quién eres, Hijo de Dios y Salvador de la humanidad.
No me dejes solo, lava mi pecado, limpia mi corazón.
Tú, que resucitaste a Lázaro, ¡háblame y ten compasión de mí!
Entonces, ¿una vida aquí con Él y la eternidad para amarlo y ser felices para siempre?
O, ... todo lo contrario.