Como bien lo anunció la Santísima Virgen en su aparición en Fátima, Portugal, hay muchas almas que van al infierno porque no hay nadie que rece por ellas.
Somos concientes de lo que ésto significa??...
Almas que se condenan porque no quieren creer en un Dios bueno, en un Dios misericordioso. Porque la ley o insignia de sus vidas es el odio, el resentimiento, la venganza y la muerte.
Aquellos son nuestros hermanos. Jesús, el Cristo, también entregó su vida por ellos. Oró por ellos, y sudó sangre en Getsemaní cuando pudo ver que no se salvarían.
Que no todas las almas se salvarían...
¿Qué podemos hacer para salvarnos a nosotros mismos?
Amar. Amar, amar y solo amar.
Y los frutos serán la ayuda. Sacrificarnos por los demás.
Servir. No pensar en nosotros antes que en nuestros semejantes.
Colaborar. Hacernos presentes cuando se necesiten nuestras manos.
Dejar de comer, si es necesario, por alimentar al otro.
Sonreír. Entregarnos nosotros mismos en cuerpo y alma por amor a Quien lo dio todo por la humanidad.
¿Qué podemos hacer para salvar a los demás?
Ofrecer a Dios nuestro trabajo. Nuestro sufrimiento. !Nuestra vida!
Hablarles de Jesús. De la esperanza en vivir para siempre si se mantienen en el amor.
Del valor de su sufrimiento que los llevará al Reino eterno. Donde nunca existirá el odio y la miseria. El llanto y el miedo. El hambre y el frío.
!Porque el amor misericordioso de Dios es infinito por cada uno de ellos!
Pero no olvidar jamás que nada debe ser impuesto.
Siguiendo a Jesús, nuestro Redentor y Maestro fiel, no juzguemos a nadie.
No somos nadie para juzgar y mucho menos para sentirnos superiores a ningún otro.
Por último, pero no menos importante, muy por el contrario, creo firmemente que va de la mano de nuestras obras: La oración.
Orar con el alma. Orar con el corazón. Por quienes tienen hambre. Hambre y sed también de justicia. Para que sus corazones se mantengan puros. Fieles a Aquel que todo lo puede.
Orar con todo nuestro ser y con todas nuestras fuerzas por la salvación de la humanidad. Por la conversión de quienes tanto sufrimiento causan al mundo.
Por quienes derraman sangre. Por aquel que se sienta quizás muy cerca de ti y te causa miedo.
No lo desprecies: ora por él como si oraras por tus hijos, por tus hermanos. Por la más grande e importante de tus intenciones. Y ora con fe. Porque Jesucristo, el Salvador, te escuchará y en Su nombre y por amor, podrás lograr su conversión y salvación. El será quien salve porque creíste que así sería.
!Imagina esas almas dando gloria a Dios en el cielo!
Tu felicidad y pago debe bastar solo con ésto.
El Señor es maravilloso y está vivo.
Sólo desea que tú lo sepas y lo tengas muy claro.
!Cantaremos algún día las alabanzas eternas al Señor!
En su infinita Misericordia nos escoja entre sus elegidos.
Y también escoja a los que hoy son considerados como últimos...
Que Su bendición, Su abrazo y Su fuerza sea siempre con todos nosotros.
Somos concientes de lo que ésto significa??...
Almas que se condenan porque no quieren creer en un Dios bueno, en un Dios misericordioso. Porque la ley o insignia de sus vidas es el odio, el resentimiento, la venganza y la muerte.
Aquellos son nuestros hermanos. Jesús, el Cristo, también entregó su vida por ellos. Oró por ellos, y sudó sangre en Getsemaní cuando pudo ver que no se salvarían.
Que no todas las almas se salvarían...
¿Qué podemos hacer para salvarnos a nosotros mismos?
Amar. Amar, amar y solo amar.
Y los frutos serán la ayuda. Sacrificarnos por los demás.
Servir. No pensar en nosotros antes que en nuestros semejantes.
Colaborar. Hacernos presentes cuando se necesiten nuestras manos.
Dejar de comer, si es necesario, por alimentar al otro.
Sonreír. Entregarnos nosotros mismos en cuerpo y alma por amor a Quien lo dio todo por la humanidad.
¿Qué podemos hacer para salvar a los demás?
Ofrecer a Dios nuestro trabajo. Nuestro sufrimiento. !Nuestra vida!
Hablarles de Jesús. De la esperanza en vivir para siempre si se mantienen en el amor.
Del valor de su sufrimiento que los llevará al Reino eterno. Donde nunca existirá el odio y la miseria. El llanto y el miedo. El hambre y el frío.
!Porque el amor misericordioso de Dios es infinito por cada uno de ellos!
Pero no olvidar jamás que nada debe ser impuesto.
Siguiendo a Jesús, nuestro Redentor y Maestro fiel, no juzguemos a nadie.
No somos nadie para juzgar y mucho menos para sentirnos superiores a ningún otro.
Por último, pero no menos importante, muy por el contrario, creo firmemente que va de la mano de nuestras obras: La oración.
Orar con el alma. Orar con el corazón. Por quienes tienen hambre. Hambre y sed también de justicia. Para que sus corazones se mantengan puros. Fieles a Aquel que todo lo puede.
Orar con todo nuestro ser y con todas nuestras fuerzas por la salvación de la humanidad. Por la conversión de quienes tanto sufrimiento causan al mundo.
Por quienes derraman sangre. Por aquel que se sienta quizás muy cerca de ti y te causa miedo.
No lo desprecies: ora por él como si oraras por tus hijos, por tus hermanos. Por la más grande e importante de tus intenciones. Y ora con fe. Porque Jesucristo, el Salvador, te escuchará y en Su nombre y por amor, podrás lograr su conversión y salvación. El será quien salve porque creíste que así sería.
!Imagina esas almas dando gloria a Dios en el cielo!
Tu felicidad y pago debe bastar solo con ésto.
El Señor es maravilloso y está vivo.
Sólo desea que tú lo sepas y lo tengas muy claro.
!Cantaremos algún día las alabanzas eternas al Señor!
En su infinita Misericordia nos escoja entre sus elegidos.
Y también escoja a los que hoy son considerados como últimos...
Que Su bendición, Su abrazo y Su fuerza sea siempre con todos nosotros.