lunes, 21 de octubre de 2013

Evangelio del domingo


Lc 18, 1-8. 

Perseverancia en la oración. 


Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse: “En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: ‘Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario’. Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: ‘Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme’”. Y el Señor dijo: “Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?”.

Reflexión: 
Ya lo ha dicho San Alfonso María de Ligorio: “El que reza se salva y el que no reza se condena”. Así de simple es con la oración, quien persevera en ella, antes o después alcanzará la vida eterna, pero quien la abandona, poco a poco se irá enfriando, tendrá cada vez más amor por el dinero y las cosas materiales, hasta que su alma muera por el pecado, y terminará precipitándose en el abismo del Infierno.

No dejemos jamás la oración, sino recemos cada día aunque más no sea las tres avemarías, que son prenda de salvación eterna. Porque si no rezamos, nuestra vida espiritual no crece ni se desarrolla, y poco a poco nos vamos atrofiando en el alma y seremos fáciles presas para el enemigo, el demonio que, como león rugiente, anda alrededor nuestro buscando a quién devorar.

El Señor aquí deja una pregunta en suspenso: “Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?” Es una pregunta difícil y un poco triste, porque da a entender que cuando el Señor vuelva, en pocos estará esa fe firme que busca Jesús en nosotros. Y no estamos lejos de esos tiempos, pues la apostasía se ha extendido por toda la tierra e incluso hay obispos y sacerdotes que no creen ya. Pero deberá quedar un pequeño resto que, consagrado al Inmaculado Corazón de María, conservará la fe y hará volver al Señor por la insistencia y perseverancia de su oración.

Pidamos a la Santísima Virgen la gracia de orar más, especialmente con el Santo Rosario, arma tan formidable dada por el Cielo para satisfacer toda necesidad y resolver todo problema de cualquier tipo.

Jesús, María, os amo, salvad las almas.


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