Lc
18, 1-8.
Perseverancia en la oración.
Jesús enseñó
con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse: “En una ciudad
había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma
ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: ‘Te ruego que me hagas
justicia contra mi adversario’. Durante mucho tiempo el juez se negó, pero
después dijo: ‘Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta
viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a
fastidiarme’”. Y el Señor dijo: “Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios,
¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga
esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero
cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?”.
Reflexión:
Ya lo ha dicho San Alfonso María de Ligorio: “El que reza se salva y el
que no reza se condena”. Así de simple es con la oración, quien persevera en
ella, antes o después alcanzará la vida eterna, pero quien la abandona, poco a
poco se irá enfriando, tendrá cada vez más amor por el dinero y las cosas
materiales, hasta que su alma muera por el pecado, y terminará precipitándose en
el abismo del Infierno.
No dejemos jamás la oración, sino recemos cada día aunque más no sea las
tres avemarías, que son prenda de salvación eterna. Porque si no rezamos,
nuestra vida espiritual no crece ni se desarrolla, y poco a poco nos vamos
atrofiando en el alma y seremos fáciles presas para el enemigo, el demonio que,
como león rugiente, anda alrededor nuestro buscando a quién devorar.
El Señor aquí deja una pregunta en suspenso: “Cuando venga el Hijo del
hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?” Es una pregunta difícil y un poco
triste, porque da a entender que cuando el Señor vuelva, en pocos estará esa fe
firme que busca Jesús en nosotros. Y no estamos lejos de esos tiempos, pues la
apostasía se ha extendido por toda la tierra e incluso hay obispos y sacerdotes
que no creen ya. Pero deberá quedar un pequeño resto que, consagrado al
Inmaculado Corazón de María, conservará la fe y hará volver al Señor por la
insistencia y perseverancia de su oración.
Pidamos a la Santísima Virgen la gracia de orar más, especialmente con el
Santo Rosario, arma tan formidable dada por el Cielo para satisfacer toda
necesidad y resolver todo problema de cualquier tipo.
Jesús, María, os amo, salvad las almas.
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