Una de las tentaciones mas serias que ahogan el fervor y la audacia es la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre.
Nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo.
El que comienza sin confiar perdió de antemano la mitad de la batalla y entierra sus talentos.
Aún con la dolorosa conciencia de las propias fragilidades, hay que seguir adelante sin declararse vencidos, y recordar lo que el Señor dijo a San Pablo: "Te basta mi gracia, porque mi fuerza se manifiesta en la debilidad" (2 Co, 12,9)
El triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva con una ternura combativa ante los embates del mal.
El mal espíritu de la derrota es hermano de la tentación de separar antes de tiempo el trigo de la cizaña, producto de una desconfianza ansiosa y egocéntrica.
(Documento pontificio: EVANGELII GAUDIUM, p. 69, Sumo Pontífice Francisco)
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