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jueves, 24 de diciembre de 2015
jueves, 10 de diciembre de 2015
Acto de Contrición
Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre
verdadero,
Creador, Padre y Redentor mío;
por ser Tú quien eres, bondad
infinita,
y porque te amo sobre todas las
cosas,
me pesa de todo corazón haberte
ofendido;
también me pesa porque puedes
castigarme
con las penas del infierno.
Ayudado de tu divina gracia,
propongo firmemente nunca más
pecar,
confesarme y cumplir la
penitencia
que me fuere impuesta.
Amén.
lunes, 16 de noviembre de 2015
Ofrecimiento
Hoy, Señor, te ofrezco este dolor de espalda que me limita en mis funciones.
Que me obliga, a guardar descanso, a pesar de mi terquedad por cumplirlas.
A mí, Señor, que me gusta estar activa,... aunque
no siempre cumpla con todas mis responsabilidades...
Te ofrezco, Señor, este sufrimiento, de cuerpo y alma.
Porque no pude ir a la misa el domingo,...
porque no pude recibir el Pan de Vida.
Todo te lo ofrezco, Señor, por la conversión de los pecadores,
de los más temibles: de los que atacaron la ciudad de París,
sembrando muerte y dolor, con la excusa de seguirte, Dios mío.
Tú que dijiste: Pide y recibirás, yo te lo pido, Señor, en mi pobre humanidad.
Por el inmaculado corazón de María, nuestra Madre, que sufre lo indecible
ante tanta crueldad. Escúchame, Señor!
Tú has querido darme este tiempo de reposo, para tu mayor gloria.
Para que yo, desde mi enfermedad, deje de pensar en mi propia voluntad.
Para que en oración constante, Tú me fortalezcas.
Y pueda esta sierva, con un granito de arena, colaborar por la salvación de los hombres.
Que me obliga, a guardar descanso, a pesar de mi terquedad por cumplirlas.
A mí, Señor, que me gusta estar activa,... aunque
no siempre cumpla con todas mis responsabilidades...
Te ofrezco, Señor, este sufrimiento, de cuerpo y alma.
Porque no pude ir a la misa el domingo,...
porque no pude recibir el Pan de Vida.
Todo te lo ofrezco, Señor, por la conversión de los pecadores,
de los más temibles: de los que atacaron la ciudad de París,
sembrando muerte y dolor, con la excusa de seguirte, Dios mío.
Tú que dijiste: Pide y recibirás, yo te lo pido, Señor, en mi pobre humanidad.
Por el inmaculado corazón de María, nuestra Madre, que sufre lo indecible
ante tanta crueldad. Escúchame, Señor!
Tú has querido darme este tiempo de reposo, para tu mayor gloria.
Para que yo, desde mi enfermedad, deje de pensar en mi propia voluntad.
Para que en oración constante, Tú me fortalezcas.
Y pueda esta sierva, con un granito de arena, colaborar por la salvación de los hombres.
jueves, 29 de octubre de 2015
La confesión
Hace cuánto que no vas donde el sacerdote para confesar abiertamente tus pecados??
Te cuento que han sido numerosas las veces que he pensado: - No!, qué verguenza..., qué dirá él!..
Además, no fue tan feo servirle tan seria el almuerzo a mi mami...
Y es entonces que me digo: El enemigo es quien habla... No quiero entristecer a Jesús con estas actitudes duras de corazón!! Debo atender a mi mamita anciana, con alegría!! A pesar de mi cansancio... con misericordia! Como lo hace el Señor siempre conmigo.
Y entonces entro, y le cuento todo al elegido de Cristo para traerlo a la tierra. A un hombre de carne y hueso, que representa a Jesús en el confesionario. Y se me va el miedo, la verguenza y todo!
Y es más: Pienso que si el sacerdote pensara mal de mí, bendito sea el Señor! Pues no quiero que nadie me enaltezca sino solo Cristo mi Salvador!!!
Te cuento que han sido numerosas las veces que he pensado: - No!, qué verguenza..., qué dirá él!..
Además, no fue tan feo servirle tan seria el almuerzo a mi mami...
Y es entonces que me digo: El enemigo es quien habla... No quiero entristecer a Jesús con estas actitudes duras de corazón!! Debo atender a mi mamita anciana, con alegría!! A pesar de mi cansancio... con misericordia! Como lo hace el Señor siempre conmigo.
Y entonces entro, y le cuento todo al elegido de Cristo para traerlo a la tierra. A un hombre de carne y hueso, que representa a Jesús en el confesionario. Y se me va el miedo, la verguenza y todo!
Y es más: Pienso que si el sacerdote pensara mal de mí, bendito sea el Señor! Pues no quiero que nadie me enaltezca sino solo Cristo mi Salvador!!!
miércoles, 28 de octubre de 2015
JESÚS!!
Mamá linda, te agradezco por habernos dado a tu Hijo hermoso.
Es hermoso María!!!
Es..., la vida misma, el motivo, el por qué de todo!
Aunque a veces parece esconderse, sé que en realidad siempre está ahí, en mi corazón y a mi lado.
Tu Cuerpo y Tu Sangre me alimentan Jesús!!!
Cómo continuar sin Ti??
Cómo reir, soñar y despertar sin la certeza de que estás esperándome??
Y que por tu infinita Misericordia vendras a visitarme una vez más!!
La esperanza de verte como eres, cara a cara, será mi fuerza por siempre!!!
Es hermoso María!!!
Es..., la vida misma, el motivo, el por qué de todo!
Aunque a veces parece esconderse, sé que en realidad siempre está ahí, en mi corazón y a mi lado.
Tu Cuerpo y Tu Sangre me alimentan Jesús!!!
Cómo continuar sin Ti??
Cómo reir, soñar y despertar sin la certeza de que estás esperándome??
Y que por tu infinita Misericordia vendras a visitarme una vez más!!
La esperanza de verte como eres, cara a cara, será mi fuerza por siempre!!!
Coplas por el Amor
(Fuente: www.es.catholic.net
Coplas por el Amor
Querer sólo por querer
es la fineza mayor,
el querer por interés
no es fineza ni es amor.
es la fineza mayor,
el querer por interés
no es fineza ni es amor.
jueves, 8 de octubre de 2015
Madre...
María, Madre de Gracia, Madre de Misericordia,
en la vida y en la muerte, ampáranos! Oh gran Señora!
en la vida y en la muerte, ampáranos! Oh gran Señora!
martes, 15 de septiembre de 2015
La Cruz de Jesús y el corazón de La Madre
Fuente:testimoniospersonales.blogspot.com
(...)Unos momentos después suenan unos martillazos terribles. En un remolino instantáneo de recuerdos desfilarían ante la Virgen las escenas de Belén y de Nazaret, cuando las manecitas de su Niño le acariciaban con perfume de azucenas o le traían virutas para encender el fuego... Pero todo aquello quedaba muy lejos. Ahora tenía ante sí la realidad brutal de los pecados de los hombres horadando aquellas sacratísimas manos, pródigas en repartir beneficios.
(...)Unos momentos después suenan unos martillazos terribles. En un remolino instantáneo de recuerdos desfilarían ante la Virgen las escenas de Belén y de Nazaret, cuando las manecitas de su Niño le acariciaban con perfume de azucenas o le traían virutas para encender el fuego... Pero todo aquello quedaba muy lejos. Ahora tenía ante sí la realidad brutal de los pecados de los hombres horadando aquellas sacratísimas manos, pródigas en repartir beneficios.
Unos
momentos más, y la cruz —su Hijo hecho cruz— era levantada entre el
cielo y la tierra. En medio del clamor confuso de la multitud, María
escucharía el respirar fatigoso y jadeante de su Hijo, puesto en el
mayor de los suplicios. ¡Ella que había recogido su primer aliento en el
pesebre de Belén y había arrimado tantas veces su virginal rostro al
corazón de su Niño Jesús, palpitante de vida!
Las
tres horas que siguieron, mientras Jesús derramaba gota a gota por la
salud del mundo la sangre que un día recibiera de María, fueron las más
sagradas de la historia del mundo. Y, si hasta las piedras se abrieron
—como señala el Evangelio— ante el dolor del Hijo y de la Madre, ¿cómo
podremos nosotros, los causantes de aquella "divina catástrofe" (como
dice la liturgia), permanecer indiferentes en la contemplación de este
divino espectáculo? Eia, Mater, fons amoris, me sentire vim doloris
faic, ut tecum lugeam. (¡Ea! Madre, fuente de amor, hazme sentir la
fuerza de tu dolor, para que llore contigo). Así exclama el autor del
Stabat Mater. Y es que se necesita que la gracia sobrenatural aúpe y
levante el corazón humano para que pueda siquiera rastrear la intensidad
de los sufrimientos de Cristo y de su Madre.
El
texto sagrado nos habla de las siete palabras de Jesús en la cruz, de
su sed, de las burlas de que fue objeto, de las tinieblas que cubrieron
la tierra...
No
es difícil sospechar cuáles serían las reacciones del alma de la Virgen
ante lo que estaba ocurriendo en el Calvario. Sin duda que poco a poco
se fue abriendo camino entre la multitud y logró situarse por fin al pie
de la cruz. ¿Quién de aquellos sanguinarios judíos se habría atrevido a
encararse con la Madre Dolorosa? A su paso, los más empedernidos
perseguidores de Jesús sentirían que la fibra del amor maternal —que
jamás desaparece aun en los hombres más degradados— vibraba con un
sentimiento de compasión: "Es la madre del ajusticiado —dirían—; ella no
tiene la culpa. ¡Hacedle paso!
Y
la Virgen se fue acercando a su Hijo. Pero no era el de otras veces, el
niño gracioso de Belén, el joven gallardo de Nazaret, el taumaturgo
prodigioso de Cafarnaúm... ¡Era un guiñapo! (¿será irreverencia traducir
así las palabras proféticas de Isaías, en las que dice que Jesús seria
un gusano y no un hombre, que no tendría sino fealdad y aspecto
repugnante?) Y le miraría intensamente, como identificándose con El,
quedándose colgada con El de la cruz.
¿Advirtió
Jesús la presencia de su Madre? Lo afirma expresamente el Evangelio:
"Como viese Jesús a su Madre..." (lo. 19, 25). Como dice el padre
Alameda, "había tres crucificados y tres cruces, no muy lejanas unas de
otras, puesto que podían hablarse y comunicarse las víctimas. María,
según nos dice San Juan, se situó junto a la cruz de Jesús, iuxta crucem
Iesu, lo que significa "a corta distancia de ella", tal vez tocando con
la misma cruz. Y si se tiene en cuenta que, según costumbre, los
maderos eran bajos, de modo que los pies del crucificado tocaban casi en
el suelo, la vecindad era mayor, y María tomaba las apariencias de
madre desolada que asiste a la cabecera del hijo agonizante. La
expresión cum vidisset, habiendo visto, parece insinuar como si,
agobiado por el dolor y la fiebre que le causaban las heridas, nuestro
adorable Salvador hubiese tenido, en algunos momentos por lo menos,
cerrados los ojos. Pudo también suceder que en medio de tanta
aglomeración no hubiese advertido la presencia de aquellos seres
queridos. Ellos, por otra parte, aunque deseosos de que Jesús reparase
que allí estaban, no es creíble le hablasen. Ni el angustioso estado de
su alma, ni la asistencia de los soldados curiosos convidaban a ello".
Jesús,
pues, como anota San Juan, habiendo visto a su Madre y al discípulo
amado, exclamó: "Madre, ahí tienes a tu hijo". Y en seguida,
dirigiéndose al discípulo: "Ahí tienes a tu Madre" (lo. 19, 26). Fueron
las únicas palabras que, según narra el Evangelio, dirigió Jesús a María
en su agonía. Estas palabras, en su sentido literal, se refieren sin
duda a San Juan, a quien encomienda a su Madre, que iba a quedar sola en
el mundo. Pero, en el sentido que los exegetas llaman supraliteral y
plenior (más completo), significaban que Juan, es decir, el género
humano, a quien el apóstol representaba en aquellos momentos, pasaba a
ser hijo de la Santísima Virgen. Esta es la interpretación que dan los
Santos Padres y escritores eclesiásticos y que la Iglesia siempre ha
aceptado.
¿Quién
no se sentirá conmovido ante el precioso legado de Jesús y ante esta
espiritual maternidad de la Virgen extendida, por gracia de la
redención, a todos los hombres?
"Mujer
--exclama San Bernardo en el oficio de hoy—, he aquí a tu hijo". ¡Qué
trueque tan desigual! Se te entrega a Juan por Jesús, un siervo en lugar
del Señor, un discípulo en lugar del Maestro, el hijo del Zebedeo por
el Hijo de Dios, un mero hombre en lugar del Dios verdadero". Somos, en
realidad, nosotros, los verdugos de Jesús, los que fuimos dados a María
como hijos. ¿Cómo no trataremos de asemejarnos a Jesús para agradecerle
esta magnífica filiación con la que nos regala?
Pero
la tragedia del Gólgota se iba aproximando hacia su acto final. Jesús
era ya casi un cadáver, Sus ojos estaban mortecinos; sus labios,
resecos; su rostro, lívido y cetrino; y todo su cuerpo, rígido como el
de un moribundo. María contemplaba a su Hijo en los últimos estertores
de su agonía. Nada podía hacer frente a aquel estado de cosas al cual
había conducido el amor de Jesús hacia los hombres,
¿Para
qué hacer comentarios sobre el dolor de la Virgen en estos supremos
momentos de la Pasión? ¿No es mejor que el corazón intuya y que se
derrita en lágrimas de devoción?
Jesús
—dice el Evangelio— dando una gran voz, exclamó: "Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu". E inclinando su cabeza expiro".
María,
que había dado el "sí" a la encarnación, que al pie de la cruz aceptó
el ser nuestra Corredentora, se unió a la entrega de su Hijo y le
ofreció al Padre como la única Hostia propiciatoria por nuestros
pecados.
Dejamos
a la iniciativa piadosa del lector contemplar a la Virgen con el
cadáver de su Hijo en los brazos, como la primera Dolorosa, mucho más
bella y expresiva en su casi infinito dolor que todas las tallas que
adornan nuestras procesiones de Semana Santa. Pero, ¿por qué no cotejar
esta imagen tremenda de la Virgen con el cadáver de su Hijo en los
brazos —mucho más bella que cualquier Pietá de Míquel Angel— con aquella
otra, tan dulce, de la Virgen —una doncellita— con su hermosísimo Niño
apretado junto a su corazón? Sólo así podremos darnos cuenta de la
horrible transmutación que en el mundo causan nuestros pecados.
Finalmente,
la Virgen presidió el sepelio de Jesús. Una blanca sábana envolvía
aquel cadáver que Ella había cubierto de besos y de lágrimas. Pronto la
pesada losa del sepulcro se interpuso entre Madre e Hijo. Y Ia Madre se
sintió sola, con una soledad terrible, comparable a la que momentos
antes había sentido Jesús al exclamar en la cruz: "Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?".
Es
cierto que la Virgen creía firmísimamente en la resurrección de su
Hijo; pero esta creencia, como observa San Bernardo, en nada se opone a
los sufrimientos agudísimos ante la pasión de su Hijo; lo mismo que Éste
pudo sufrir y sufrió, aun sabiendo que había de resucitar.
Que
la Virgen Dolorosa nos infunda horror al pecado y marque nuestras almas
con el imborrable sello del amor. El Amor, he ahí el secreto de la
íntima tragedia que acabamos de contemplar.
Porque
todo tiene su origen en aquello, que tan profundamente se grabó a San
Juan, espectador excepcional de todo este drama: "De tal manera amó Dios
al mundo, que le entregó a su Hijo Unigénito" (lo. 3, 16).
FAUSTINO MARTÍNEZ GOÑI.
jueves, 10 de septiembre de 2015
Imitación de Cristo...
Hijo, no te quebranten los trabajos que has tomado por mí, no
te derriben del todo las tribulaciones; mas mi promesa te esfuerce
y consuele en todo lo que viniere.
Yo basto para galardonarte sobre toda medida.
No trabajarás aquí mucho tiempo, ni serás agravado siempre de dolores.
Espera un poquito, y verás cuán presto se pasan los males.
Vendrá una hora cuando cesará todo trabajo y ruido.
Poco y breve es lo que pasa con el tiempo.
Esfuérzate pues, como haces, y trabaja fielmente en mi viña; que
yo seré tu galardón. Escribe, lee, canta, suspira, calla, ora, sufre
con buen corazón lo adverso; que la vida eterna digna es de esta
y de otras mayores peleas. Vendrá la paz en el día que el Señor
sabe. Por cierto no será día o noche como las de este tiempo; mas
luz perpetua, claridad infinita, paz firme, holganza segura, y
para siempre duradera. No dirás entonces: ¿quién me librará del
cuerpo de esta muerte? Ni dirás: ¡ay de mí, que se ha dilatado
mi destierro! Porque la muerte será destruida, y la salud
vendrá sin defecto; no habrá congoja, vendrá la bendita alegría,
y la compañía dulce y hermosa.
(Imitación de Cristo, 10/09)
jueves, 27 de agosto de 2015
Estoy a la puerta y llamo...
Mi amor por ti no tuvo límite en la Cruz.
Pensé en cada una de tus sonrisas y quise que fueran eternas,
que no terminaran con esta vida terrena.
Te amé entonces cuando aún no existías, te amo hoy que eres
y te amaré mañana y así por toda la eternidad.
¡Ven! Que tengo preparada para ti una morada en el Cielo.
¡Escucha Mi Voz!... y sígueme.
Pensé en cada una de tus sonrisas y quise que fueran eternas,
que no terminaran con esta vida terrena.
Te amé entonces cuando aún no existías, te amo hoy que eres
y te amaré mañana y así por toda la eternidad.
¡Ven! Que tengo preparada para ti una morada en el Cielo.
¡Escucha Mi Voz!... y sígueme.
domingo, 2 de agosto de 2015
Te basta Mi Gracia...
Una de las tentaciones mas serias que ahogan el fervor y la audacia es la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre.
Nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo.
El que comienza sin confiar perdió de antemano la mitad de la batalla y entierra sus talentos.
Aún con la dolorosa conciencia de las propias fragilidades, hay que seguir adelante sin declararse vencidos, y recordar lo que el Señor dijo a San Pablo: "Te basta mi gracia, porque mi fuerza se manifiesta en la debilidad" (2 Co, 12,9)
El triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva con una ternura combativa ante los embates del mal.
El mal espíritu de la derrota es hermano de la tentación de separar antes de tiempo el trigo de la cizaña, producto de una desconfianza ansiosa y egocéntrica.
(Documento pontificio: EVANGELII GAUDIUM, p. 69, Sumo Pontífice Francisco)
Nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo.
El que comienza sin confiar perdió de antemano la mitad de la batalla y entierra sus talentos.
Aún con la dolorosa conciencia de las propias fragilidades, hay que seguir adelante sin declararse vencidos, y recordar lo que el Señor dijo a San Pablo: "Te basta mi gracia, porque mi fuerza se manifiesta en la debilidad" (2 Co, 12,9)
El triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva con una ternura combativa ante los embates del mal.
El mal espíritu de la derrota es hermano de la tentación de separar antes de tiempo el trigo de la cizaña, producto de una desconfianza ansiosa y egocéntrica.
(Documento pontificio: EVANGELII GAUDIUM, p. 69, Sumo Pontífice Francisco)
domingo, 12 de julio de 2015
Alabado Jesús!
Alabado sea Jesucristo!!
Rey del Universo y Salvador nuestro!
A Él sea la Gloria ahora y siempre,
por los siglos de los siglos!!
Amén
Rey del Universo y Salvador nuestro!
A Él sea la Gloria ahora y siempre,
por los siglos de los siglos!!
Amén
viernes, 26 de junio de 2015
San Pablo de Tarso
(Saulo de Tarso, también llamado San Pablo Apóstol; Tarso,
Cilicia, h. 4/15 - Roma?, h. 64/68) Apóstol del cristianismo. Tras haber
destacado como furibundo fustigador de la secta cristiana en su juventud, una
milagrosa aparición de Jesús convirtió a San Pablo en el más ardiente
propagandista del cristianismo, que extendió con sus predicaciones más allá del
pueblo judío, entre los gentiles: viajó como misionero por Grecia, Asia Menor,
Siria y Palestina y escribió misivas (las Epístolas) a diversos pueblos del
entorno mediterráneo. Los esfuerzos de San Pablo para llevar a buen fin su
visión de una iglesia mundial fueron decisivos en la rápida difusión del
cristianismo y en su posterior consolidación como una religión universal.
Ninguno de los seguidores de Jesucristo contribuyó tanto como él a establecer
los fundamentos de la doctrina y la práctica cristianas.
Biografía
Las fuentes fundamentales acerca de la vida de San Pablo
pertenecen todas al Nuevo Testamento: los Hechos de los Apóstoles y las catorce
Epístolas que se le atribuyen, dirigidas a diversas comunidades cristianas. De
ellas, diversos sectores de la crítica bíblica han puesto en duda la autoría
paulina de las llamadas cartas pastorales (la primera y segunda Epístola a
Timoteo y la Epístola a Tito), en tanto que existe una práctica unanimidad en
considerar la Epístola a los hebreos como escrita por un autor diferente. Pese
a la disponibilidad de tales fuentes, los datos cronológicos de las mismas
resultan vagos, y cuando existen divergencias entre los Hechos y las Epístolas
se suele dar preferencia a estas últimas.
Saulo (tal era su nombre hebreo) nació en el seno de una
familia acomodada de artesanos, judíos fariseos de cultura helenística que
poseían el estatuto jurídico de ciudadanos romanos. Después de los estudios
habituales en la comunidad hebraica del lugar, Saulo fue enviado a Jerusalén
para continuarlos en la escuela de los mejores doctores de la Ley, en especial
en la del famoso rabino Gamaliel. Adquirió así una sólida formación teológica,
filosófica, jurídica, mercantil y lingüística (hablaba griego, latín, hebreo y
arameo).
No debía, sin embargo, residir en Jerusalén el año 30, en el
momento de la crucifixión de Jesús; pero habitaba en la ciudad santa
seguramente cuando, en el año 36, fue lapidado el diácono Esteban, mártir de su
fe. En concordancia con la educación que había recibido, presidida por la más
rígida observancia de las tradiciones farisaicas, Saulo se significó por
aquellos años como acérrimo perseguidor del cristianismo, considerado entonces
una secta herética del judaísmo. Inflexiblemente ortodoxo, el joven Saulo de
Tarso estuvo presente no sólo en la lapidación de Esteban, sino que se ofreció
además a vigilar los vestidos de los asesinos.
La conversión
Los jefes de los sacerdotes de Israel le confiaron la misión
de buscar y hacer detener a los partidarios de Jesús en Damasco. Pero de camino
a esta ciudad, Saulo fue objeto de un modo inesperado de una manifestación
prodigiosa del poder divino: deslumbrado por una misteriosa luz, arrojado a
tierra y cegado, se volvió a levantar convertido ya a la fe de Jesucristo (36
d. C.). Según el relato de los Hechos de los Apóstoles y de varias de las
epístolas del propio Pablo, el mismo Jesús se le apareció, le reprochó su
conducta y lo llamó a convertirse en el apóstol de los gentiles (es decir, de
los no judíos) y a predicar entre ellos su palabra.
Tras una estancia en Damasco (donde, después de haber recuperado
la vista, se puso en contacto con el pequeño núcleo de seguidores de la nueva
religión), se retiró algunos meses al desierto (no se sabe exactamente adónde),
haciendo así más firmes y profundos, en el silencio y la soledad, los cimientos
de su creencia. Vuelto a Damasco, y violentamente atacado por los judíos
fanáticos, en el año 39 hubo de abandonar clandestinamente la ciudad
descolgándose en un gran cesto desde lo alto de sus murallas.
Aprovechó la ocasión para marchar a Jerusalén y ponerse en
contacto con los jefes de la Iglesia, San Pedro y los demás apóstoles, no sin
dificultades, porque estaba todavía muy vivo en la Ciudad Santa el recuerdo de
sus actividades como perseguidor. Le avaló en el seno de la comunidad cristiana
San Bernabé, que lo conocía bien y quizá era pariente suyo. Regresó después a
su ciudad natal de Tarso, en cuya región residió y predicó hasta que hacia el
año 43 vino a buscarlo Bernabé. A consecuencia de una carestía que atacó
duramente a Palestina, Pablo y Bernabé fueron enviados a Antioquía (Siria),
ciudad cosmopolita donde eran numerosos los seguidores de Jesús (allí se les
había dado por primera vez el sobrenombre de "cristianos"), para
llevar la ayuda fraternal de la comunidad de Antioquía a la de Jerusalén.
El apóstol de los
gentiles
En compañía de San Bernabé, San Pablo inició desde Antioquía
el primero de sus viajes misioneros, que lo llevó en el año 46 a Chipre y luego
a diversas localidades del Asia Menor. En Chipre, donde obtuvieron los primeros
frutos de su trabajo, abandonó Saulo definitivamente su nombre hebreo para
adoptar el cognomen latino de Paulus, que llevaba probablemente desde niño como
segundo apellido. Su romanidad podía parecer oportuna para el desarrollo de la
misión que el apóstol se proponía llevar a cabo en los ambientes gentiles. En
adelante, sería él quien llevaría la palabra del Evangelio al mundo pagano; con
Pablo, el mensaje de Jesús saldría del marco judaico, palestiniano, para
convertirse en universal.
A lo largo de su predicación, San Pablo iba presentándose
sucesivamente en las sinagogas de las diversas comunidades judaicas; pero esta
presentación terminaba casi siempre en un fracaso. Bien pocos fueron los
hebreos que abrazaron el cristianismo por obra suya. Mucho más eficaz caía su
palabra entre los gentiles y entre los indiferentes que nada sabían de la
religión monoteísta hebraica. En este primer viaje recorrió, además de Chipre,
algunas regiones apartadas del Asia Menor. Creó centros cristianos en Perge
(Panfília), en Antioquía de Pysidia, en Listra, Iconio y Derbe de Licaonia. El
éxito fue notable; pero también fueron numerosas las dificultades. En Listra
escapó de la muerte sólo porque sus lapidadores creyeron erróneamente que ya
había muerto.
Entre el primer y el segundo viaje, San Pablo residió algún
tiempo en Antioquía (49-50 d. C.), desde donde marchó a Jerusalén para asistir
al llamado "Concilio de los Apóstoles". Las cuestiones que iban a
tratarse en el concilio eran de una gravedad difícilmente concebible en
nuestros días. Había que dilucidar la licitud de bautizar a los paganos
(algunos judeo-cristianos se oponían aún a tal iniciativa), y, sobre todo,
establecer o rechazar la obligatoriedad de los preceptos judíos para los
conversos que procedían del paganismo. El éxito de su labor evangelizadora
permitió a San Pablo imponer la tesis de que los cristianos gentiles debían
tener la misma consideración que los judíos; profundo expositor del valor de la
Ley mosaica y de su importancia histórica, San Pablo defendió que la redención
operada por Cristo marcaba el definitivo ocaso de dicha ley y rechazó la
obligatoriedad de numerosas prácticas judaicas.
El segundo viaje evangélico (50-53) comprendió la visita a
las comunidades cristianas de Anatolia, fundadas unos años antes; luego fue
recorriendo parte de la Galatia propiamente dicha, visitó algunas ciudades del
Asia proconsular y marchó después a Macedonia y Acaya. La evangelización se
hizo particularmente patente en Filippos, Tesalónica, Berea y Corinto. También
Atenas fue visitada por San Pablo, quien pronunció allí el famoso discurso del
Areópago, en el que combatió la filosofía estoica. El resultado, desde el punto
de vista evangelizador, fue más bien exiguo. Durante su estancia en Corinto,
donde estuvo en contacto con el gobernador de la provincia, Gallón (hermano de
Séneca), inició al parecer San Pablo su actividad como escritor, enviando la
primera y segunda Epístola a los tesalonicenses, en las que ilustra a los
fieles acerca de la parusía o segunda venida de Cristo y de la resurrección de
la carne.
El tercer viaje (53-54-58) se inició con la visita a las
comunidades del Asia Menor y continuó también por Macedonia y Acaya, donde San
Pablo Apóstol estuvo tres meses. Pero como centro principal fue escogida la
gran ciudad de Éfeso. Allí permaneció durante casi tres años, trabajando con un
grupo de colaboradores en la ciudad y su región, especialmente en las
localidades del valle del Lico. Fue un apostolado muy provechoso, pero también
lleno de fatigas para San Pablo: culminaron éstas con el tumulto de Éfeso,
provocado por Demetrio, representante de los numerosos comerciantes que
explotaban la venta de las estatuillas-recuerdo de Artemisa. San Pablo,
refiriéndose a un episodio anterior, habla de una lucha con las fieras; es casi
seguro que la expresión es metafórica, pero convergen muchos indicios en favor
de la hipótesis de una auténtica prisión.
Desde Éfeso escribió la primera Epístola a los corintios, en
la que se transparentan muy bien las dificultades encontradas por el
cristianismo en un ambiente licencioso y frívolo como era el de la ciudad del
Istmo. Probablemente se sitúa en la misma ciudad la redacción de la Epístola a
los gálatas y la Epístola a los filipenses, en tanto que la segunda Epístola a
los corintios fue escrita poco después en Macedonia. Desde Corinto envió el
apóstol la importante Epístola a los romanos, en la que trata a fondo la
relación entre la fe y las obras respecto a la salvación. Con ello pretendía
preparar su próxima visita a la capital del imperio.
Últimos años
Sin embargo, los hechos se desarrollaron de un modo
distinto. Habiéndose dirigido Pablo a Jerusalén para entregar una cuantiosa
colecta a aquella pobre iglesia, fue encarcelado por el quiliarca Lisia, quien
lo envió al procónsul romano Félix de Cesarea. Allí pasó el apóstol dos años
bajo custodia militar. Decidieron embarcarlo, fuertemente custodiado, con destino
a Roma, donde los tribunales de Nerón decidirían sobre él. El viaje marítimo
fue, por otra parte, fecundo en episodios pintorescos (como el del naufragio y
la salvación milagrosa), y durante el mismo el prestigio del apóstol se impuso
al fin a sus guardianes (invierno de 60-61).
De los años 61 a 63 vivió San Pablo en Roma, parte en
prisión y parte en una especie de libertad condicional y vigilada, en una casa
particular. En el transcurso de este primer cautiverio romano escribió por lo
menos tres de sus cartas: la Epístola a los efesios, la Epístola a los
colosenses y la Epístola a Filemón.
Puesto en libertad, ya que los tribunales imperiales no
habían considerado consistente ninguna de las acusaciones hechas contra él,
reanudó su ministerio; pero a partir de este momento la historia no es tan
precisa. Falta para este período la ayuda preciosa de los Hechos de los
Apóstoles, que se interrumpen con su llegada a Roma. San Pablo anduvo por
Creta, Iliria y Acaya; con mucha probabilidad estuvo también en España. De este
período datarían dos cartas de discutida atribución, la primera Epístola a
Timoteo y la Epístola a Tito; también por entonces habría compuesto la Epístola
a los hebreos. Se percibe en ellas una intensa actividad organizadora de la
Iglesia.
En el año 66, cuando se encontraba probablemente en la
Tréade, San Pablo fue nuevamente detenido por denuncia de un falso hermano.
Desde Roma escribió la más conmovedora de sus cartas, la segunda Epístola a
Timoteo, en la que expresa su único deseo: sufrir por Cristo y dar junto a Él
su vida por la Iglesia. Encerrado en horrenda cárcel, vivió los últimos meses
de su existencia iluminado solamente por esta esperanza sobrenatural. Se sintió
humanamente abandonado por todos. En circunstancias que han quedado bastante
oscuras, fue condenado a muerte; según la tradición, como era ciudadano romano,
fue decapitado con la espada. Ello ocurrió probablemente en el año 67 d. C., no
lejos de la carretera que conduce de Roma a Ostia. Según una tradición
atendible, la abadía de las Tres Fontanas ocupa exactamente el lugar de la
decapitación.
El pensamiento
paulino
De forma imprudente se ha exagerado en ocasiones la
significación de la obra de San Pablo: algunos lo consideraron como el
auténtico fundador del cristianismo; otros lo acusaron de ser el primer
mixtificador del mensaje de Jesús. Es cierto que trabajó más que los demás
apóstoles y que, en sus cartas, sentó las bases del desarrollo doctrinal y
teológico del cristianismo. Pero su realmente meritoria labor, de la que él
mismo se sentía con razón orgulloso, reside en el hecho de haber sido
intérprete e incansable propagandista del mensaje de Jesús.
A San Pablo se debe, más que a los otros apóstoles, la
oportuna y neta separación entre cristianismo y judaísmo; y es falso que tal
separación se alcanzara mediante la creación de un sistema religioso especial,
que habría sido elaborado bajo la influencia de la filosofía griega, del sincretismo
cultural o de las numerosas religiones de misterios. En el curso de sus viajes
evangelizadores, San Pablo propagó su concepción teológica del cristianismo,
cuyo punto central era la universalidad de la redención y la nueva alianza
establecida por Cristo, que superaba y abolía la vieja legislación mosaica. La
Iglesia, formada por todos los cristianos, constituye la imagen del cuerpo de
Cristo y debe permanecer unida y extender la palabra de Dios por todo el mundo.
El vigor y la riqueza de su palabra están atestiguados por
las catorce epístolas que de él se conservan. Dirigidas a comunidades o a
particulares, tienen todos los caracteres de los escritos ocasionales. En
ningún caso pretenden ser textos exhaustivos, pero siempre son una poderosa
síntesis de la enseñanza evangélica expresada en sus más claras verdades y
hasta sus últimas consecuencias. Desde el punto de vista literario, debe
reconocérsele el mérito de haber sometido por primera vez la lengua griega al
peso de las nuevas ideas. Su educación dialéctica asoma en algunas de sus
argumentaciones, y su temperamento místico se eleva hasta la contemplación y
alcanza las cumbres de la lírica en el famoso himno a la caridad de la primera
Epístola a los corintios.
Los escritos de San Pablo adaptaron el mensaje de Jesús a la
cultura helenística imperante en el mundo mediterráneo, facilitando su
extensión fuera del ámbito cultural hebreo en donde había nacido. Al mismo
tiempo, esos escritos constituyen una de las primeras interpretaciones del
mensaje de Jesús, razón por la que contribuyeron de manera decisiva al
desarrollo teológico del cristianismo (debido a la inclusión de sus Epístolas,
se atribuyen a San Pablo más de la mitad de los libros del Nuevo Testamento).
Proceden de la interpretación de San Pablo ideas tan
relevantes para la posteridad como la del pecado original; la de que Cristo
murió en la cruz por los pecados de los hombres y que su sufrimiento puede
redimir a la humanidad; o la de que Jesucristo era el mismo Dios y no solamente
un profeta. Según San Pablo, Dios concibió desde la eternidad el designio de
salvar a todos los hombres sin distinción de raza. Los hombres descienden de
Adán, de quien heredaron un cuerpo corruptible, el pecado y la muerte; pero
todos los hombres, en el nuevo Adán que es Cristo, son regenerados y recibirán,
en la resurrección, un cuerpo incorruptible y glorioso, y, en esta vida, la
liberación del pecado, la victoria sobre la muerte amarga y la certeza de una
futura vida feliz y eterna. También introdujo en la doctrina cristiana el
rechazo de la sexualidad y la subordinación de la mujer, ideas que no habían
aparecido en las predicaciones de Jesucristo.
En llamativo contraste con su juventud de fariseo
intransigente, cerrado a toda amplia visión religiosa y celoso de las prerrogativas
espirituales de su pueblo, San Pablo dedicaría toda su vida a "derribar el
muro" que separaba a los gentiles de los judíos. En su esfuerzo por hacer
universal el mensaje de Jesús, San Pablo lo desligó de la tradición judía,
insistiendo en que el cumplimiento de la ley de Moisés (los mandatos bíblicos)
no es lo que salva al hombre de sus pecados, sino la fe en Cristo; en
consecuencia, polemizó con otros apóstoles hasta liberar a los gentiles de las
obligaciones rituales y alimenticias del judaísmo (incluida la circuncisión).
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