martes, 25 de junio de 2013

Definición de Tibieza


Fuente: www.es.catholic.net

Se podría definir la tibieza como: "una carencia del fervor en el amor. Al comenzar se amaba, pero ese amor ha decaído. Algo similar sucede en algunos matrimonios. Al principio sienten un gran amor o por lo menos creen que es un gran amor; con el tiempo, ese fervor decae, haciendo reinar, en el interior de la vida de la pareja, la tibieza, y terminando ésta por apagar el amor.

La tibieza consiste, pues, en un relajamiento espiritual; frena las energías de la voluntad, inspira horror al esfuerzo y retarda pesadamente los movimientos del vivir cristiano. Se le ha clasificado como una forma de desidia espiritual, de pereza espiritual. 


La tibieza no está en esas almas que, por sorpresa, cometen algunas faltas o imperfecciones y en seguida se humillan y reaccionan; esto es miseria humana. Sino más bien estriba en esos estados de indiferencia ante el bien. Tibios son los que pierden toda sensibilidad espiritual y adolecen de posibilidades para reaccionar contra el mal o la imperfección, viviendo en ella con la tranquilidad y gusto con que viven los peces en el agua.


¿Por qué nace la tibieza? Por la falta de constancia en el amor. Muchos autores han comparado la vida espiritual a un río con mucha corriente de agua. Si la persona desea cruzarlo, deberá nadar constantemente, aunque ello le implique esfuerzo y sacrificio. Si se deja de nadar, aunque sea un momento, habrá un retroceso; la corriente lo llevará hacia atrás, quién sabe hasta dónde. Así sucede en la vida espiritual; por la falta de constancia en el amor, en la lucha, en la oración, en el apostolado, se cae fácilmente en la tibieza espiritual.


A estas catástrofes interiores ¿se llega de improviso?. No. Son muy raros tales casos y en ellos quedan muchas reservas de renovación inmediata. No. Todo ha comenzado imperceptiblemente, sin darle casi importancia, por detalles mínimos, y así, poco a poco, se va llegando a estados que comprometen la misma salvación eterna. Almas que fueron llamadas por Dios a un grado de santidad, a una donación generosa; almas que en un principio se entregaron sin reservas, pero que abandonaron la lucha por la perfección y fueron cayendo, poco a poco, en estados de tibieza y de pecado, hasta formarse un hábito. Y las he visto acercarse a mí, trituradas internamente; y las he visto marcharse, arrastrando su vida de caída en caída, mientras yo me quedaba con el corazón agobiado, pidiendo a Dios nuestro Señor por ellas.







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