jueves, 15 de agosto de 2013

Gracias

Gracias Señor por un día más de vida...
Porque me permitiste saludar a mis hijos por la mañana.
Porque pude preparar su desayuno y su lonchera.
Porque llegué con bien al trabajo...

Gracias Señor por el pan que pude llevar a mi boca.
Por el aire en mi rostro.
Por mis manos que escriben...

Gracias por tu luz en mis segundos decisivos.
Por la calma que transmites.
Por tu voz clara y amorosa...

Por tu permanente presencia y
tu Paz infinita, Gracias Señor!

Acompáñame a donde me dirija...




martes, 13 de agosto de 2013

La Misericordia de Dios


Fuente: www.es.catholic.net

Mateo 18, 12-14.Adviento. Quien va con el Señor, incluso en los valles oscuros del sufrimiento, la incertidumbre y todos los problemas; como la oveja, se siente seguro.

Del santo Evangelio según san Mateo 18,12-14

¿Qué os parece? Si tiene un hombre cien ovejas, y se le extravía una de ellas, ¿no dejará en los montes las noventa y nueve e irá a buscar la extraviada? Y si la encuentra, en verdad os digo que se alegrará por ella más que por las noventa y nueve que no se habían extraviado. Así, pues, no es voluntad de vuestro Padre que está en los cielos que se pierda ni uno solo de esos pequeñuelos.

Oración introductoria

¡Cómo no admirarme de tu paciencia para con el hombre, si Tú te dignas vivir entre pecadores que no te conocen y no te hacen caso! Tú perdonas lo que el hombre no sabe perdonar. Tú olvidas las ingratitudes. Enséñame a ser una persona misericordiosa como Tú lo has sido conmigo. Soy una persona ciega y dominada por el egoísmo.
Gracias, Señor, porque Tú me has cuidado cada vez que me pierdo, ya sea consciente o inconscientemente. Gracias por cargarme en tus hombros, pues soy una persona muy débil. Muchas gracias.

Petición

Dulce Jesús, que has salido a buscarme para que no me perdiera. Dame la gracia de ser un hijo tuyo que pueda seguir tu ejemplo de paciencia y misericordia para con los que me rodean.

Meditación del Papa

Quien va con el Señor, incluso en los valles oscuros del sufrimiento, de la incertidumbre y de todos los problemas humanos, se siente seguro. Tú estás conmigo: ésta es nuestra certeza, la certeza que nos sostiene. La oscuridad de la noche da miedo, con sus sombras cambiantes, la dificultad para distinguir los peligros, su silencio lleno de ruidos indescifrables. Si el rebaño se mueve después de la caída del sol, cuando la visibilidad se hace incierta, es normal que las ovejas se inquieten, existe el riesgo de tropezar, de alejarse o de perderse, y existe también el temor de que posibles agresores se escondan en la oscuridad (Benedicto XVI, 5 de octubre de 2011)

Reflexión

Las palabras del Santo Padre, nos dan una seguridad de la gran misericordia y paciencia de Dios para con el hombre: "Tú estás conmigo: ésta es nuestra certeza, la certeza que nos sostiene". Es una certeza saber que Nuestro Señor Jesucristo siempre va a nuestro encuentro, y que se alegra de tenernos a su lado.
Sin embargo, Él permite que nos perdamos en ocasiones para que comprendamos que nos cuida en cada momento, que está a nuestro lado. Pero hay que recordar que tenemos un deber muy grande al llevar a Cristo a los demás, y que, con nuestra certeza de que Él nunca nos dejará solos, haremos que las personas también se den cuenta de ello, y confíen más en Jesucristo.

Propósito

Haré un sacrificio por aquellos que se han extraviado, para que Nuestro Señor les ayude y puedan regresar al redil.

Diálogo con Cristo

Señor Jesús, después de meditar contigo sobre la misericordia que tienes con aquellos que se han perdido por no hacer caso a lo que Tú quieres, te doy gracias por regalarme la certeza de que nunca me dejarás en los momentos en los yo me pierda, sabiendo que me esperas y que siempre sales a mi encuentro.

Dios me ama tanto que nunca me dejará solo, ¿Cuál es mi respuesta?

“Tanto se complace Dios en nuestros actos de bondad para con los demás, que ofrece su misericordia solamente a quienes son misericordiosos”. (San Hilario, en Catena Aurea vol. I, p. 248)



lunes, 12 de agosto de 2013

La muerte

Fuente: www.es.catholicnet.net

 “Ven, siervo bueno y fiel; entra en el gozo de tu Señor” (Mt 25, 21)

1. La muerte es un momento de dolor donde sólo la fe puede iluminar de esperanza ese momento de tristeza. La muerte duele porque es un parto al cielo. Cuando muera un ser querido piensa si existía un “derecho” para retenerlo aquí y si era más tuyo que de Dios. Mira si no es egoísmo querer privarle de lo que ahora tiene: la felicidad eterna. ¿Estás seguro de que más tarde se iba a salvar…?

2. ¿Qué es la muerte? La muerte no tiene la última palabra: la vida no termina, se transforma. Los hombres que contemplan el sepulcro de Jesucristo viven en la esperanza de la Resurrección. La muerte nos revela lo que el hombre es: “polvo, ceniza, nada”. Quien muere deja una luz y alcanza otra. La muerte es el paso a la eternidad. La muerte es fin e inicio. Morir en gracia de Dios significa conquistar la cumbre, la meta, el abrazo eterno del Padre. San Francisco cantó: “Y por la hermana muerte, ¡loado mi Señor! Ningún viviente escapa de su persecución; ¡ay, si en pecado grave sorprende al pecador! ¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!”.

3. ¿Es mejor vivir o morir? “Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. Pero si el vivir en la carne significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger... Me siento apremiado por las dos partes: por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor...” (Flp 1, 21-23). La felicidad del hombre consiste en amar y ser amado. Cuando un alma parte a la casa del Padre ahí es amada por Dios y ama a Dios. Un día el hombre dejará de sonreír, de caminar y de cantar… pero nunca dejará de amar. En vez de recibir la muerte con lágrimas, deberíamos recibirla con una sonrisa porque nos conduce al encuentro, cara a cara, con nuestro Creador.

4. ¿Qué podemos aprender de la muerte? En la entrada de un cementerio español está escrito: “Hoy a mí, mañana a ti”. Lo capital para el hombre no es morir antes o después, sino bien o mal. San Agustín confesó: “Como es la vida, así es la muerte”. Ten presente que “Cuando un padre muere es como si no muriese, pues deja tras de sí –algunas veces- un hijo semejante a él”. (Si. 30, 4).

5. ¿Hay que temer la muerte? No, pero cuando se tiene miedo, por algo será… Opta por una muerte que te lleve al cielo. Que no te pase como aquel epitafio que decía: “Aquí yace un hombre que murió sin leer el libro que lo iba a salvar: la Biblia”. O aquel otro que decía: “He aquí un ateo que no tiene a dónde ir”. Hay que vivir de tal manera que si volviéramos a nacer elegiríamos seguir el mismo camino. Santa Teresa no temía la muerte, al contrario, ella decía: “Muero porque no muero”. Para desear la eternidad es necesario imaginar el abrazo del Padre.

6. ¿Por qué existe la muerte? Porque el hombre quiere ver a Dios y para verlo es necesario morir. El hombre surgido del polvo debe retornar al polvo y el alma surgida de Dios debe volver a Dios. Las dos verdades absolutamente ciertas de la vida son nuestra existencia y lo inevitable de nuestra muerte. Todos los hombres mueren, pero no todos viven. San Ambrosio predicó: “Es verdad que la muerte no formaba parte de nuestra naturaleza, sino que se introdujo en ella; Dios no instituyó la muerte desde el principio, sino que nos la dio como un remedio (...). En efecto, la vida del hombre, condenada por culpa del pecado a un duro trabajo y a un sufrimiento intolerable, comenzó a ser digna de lástima: era necesario dar un fin a estos males, de modo que la muerte restituyera lo que la vida había perdido. La inmortalidad, en efecto, es más una carga que un bien, si no entra en juego la gracia (…) No debemos deplorar la muerte, ya que es causa de salvación”.

7. ¿Por qué no sabemos el día que vamos a morir? Si supiéramos el día de nuestra muerte no viviríamos cada día con la misma intensidad. Nadie sabe ni cómo ni cuándo morirá. Nadie por más que se esfuerce puede añadir una hora al tiempo de su vida. La muerte es lo más cierto, pero el día es lo más incierto. No olvides que no es necesario ser viejo para morir. No vale la pena indagar el cómo, el cuándo ni el dónde moriré; pero sí vale estar preparado.

8. ¿Qué actitud debemos tomar ante la muerte de un ser amado? No rechazar a Dios porque nos lo ha quitado, sino agradecerle porque nos lo ha dado. “¿Conviene llorar a un muerto? Sí, pero no lamentarse cuando muere en aras de Dios”, como dijo un amigo. Dios es misericordioso y “la misericordia se siente superior al juicio” (St 2, 13) Porque “nuestra maldad es una gota que cae en el océano de la misericordia de Dios”. “Jesucristo crucificado está como un tapón entre la muerte y el infierno”. Dios es comprensivo porque sabe todo y saberlo todo es perdonarlo todo. Jesús nos enseñó: “Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso”. Mientras que el apóstol Santiago escribió: “Habrá un juicio sin misericordia para el que no tenga misericordia hacia los demás” (St 2, 13) Recuerda: para obtener misericordia para uno mismo, es necesario tener misericordia hacia los demás. “Al final de la vida sólo queda lo que hayamos hecho por Dios y los demás”.





Soberbia y Humildad

Fuente: www.es.catholicnet.net


El camino hacia el pecado y la muerte es el camino de la soberbia. El camino hacia la gracia y la vida es el camino de la humildad.

El pecado surge de la soberbia, de ese deseo de afirmación egoísta, de esa prepotencia, que lleva al hombre a sentirse superior, a buscar los primeros puestos, a despreciar a los débiles, a pisotear a los pobres, a marginar a los enfermos y ancianos.

La soberbia construye, según una fórmula usada por san Agustín, la ciudad del mal, simbolizada con el nombre de “Babilonia”. Allí reina el odio, la envidia, la mentira, la maldad. Allí la justicia es pisoteada, el deseo de poseer y de gozar dirigen los pasos de los “ciudadanos” que se auto declaran libres y que viven en una profunda esclavitud bajo sus pasiones más egoístas.

Si el pecado propio del demonio es la soberbia y la envidia, la virtud propia del cristiano es la humildad y la grandeza de alma, porque la humildad es el mejor antídoto contra la soberbia.

La humildad nos hace reconocernos creaturas, necesitadas de Dios, amadas por Dios, destinadas a aceptar una vida hecha servicio, docilidad, entrega, donación, perdón y mansedumbre.

Cristo mismo escogió el camino de la humildad. Nació de una Virgen humilde y obediente. Vivió sencillamente, en un poblado pobre de Galilea. Acogió en todo la Voluntad de su Padre y supo obedecer por amor y para amar.

El cristiano está llamado a revestirse de Cristo, a hacer suya esa humildad que tanto agrada a Dios. San Pablo, por eso, pedía: “Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros” (Col 3,12-13).

La humildad construye, recordamos de nuevo a san Agustín, la ciudad de Dios, la Jerusalén celestial. Allí reina el espíritu de servicio, la mansedumbre, la obediencia, el perdón, la acogida, la entrega. Cada uno piensa más en los intereses de los demás que en los suyos. Las riquezas no son el centro del deseo, sino la condivisión y la beneficencia. El anciano, el pobre, el enfermo, el marginado, reciben el cariño de los ciudadanos del cielo, se sienten amados, respetados, servidos.

El mundo necesita un baño de humildad. Así podremos acoger la bendición de Dios, su Amor infinito, su sueño por reencontrar al hombre e invitarlo al banquete de los cielos. Así podremos vivir como Cristo, manso y humilde, servidor de sus hermanos por amor, dócil Cordero dado en sacrificio para salvarnos del pecado y acogernos eternamente junto a su Padre amado.





Reflexiones




"En medio de las adversidades del mundo, 
miremos con amor a todos los cristianos y 
en especial a los que están dispersos, 
a quienes no creen en Cristo, 
a quienes se encuentran lejos del hogar, 
a los moribundos y a quienes están afligidos". 



Cardenal Norberto Rivera Carrera.
                  Mexico