"La
misa es el acto más sagrado. No se puede hacer otra cosa mejor para
glorificar a Dios ni para mayor provecho del alma, que asistir a la misa
tan
a menudo como sea posible" (S. Pedro Eymard).
"Sin la santa misa ¿qué sería de nosotros? Todos aquí abajo
pereceríamos,
ya que únicamente eso puede detener el brazo de Dios. Sin
ella, ciertamente,
la Iglesia no duraría y el mundo estaría perdido y sin
remedio" (Sta. Teresa de Jesús).
"Yo creo que, si no existiera la misa, el mundo ya se hubiera hundido
en el abismo,
por el peso de su iniquidad. La misa es el soporte que lo
sostiene" (S. Leonardo de Pto Mauricio).
"Sería más fácil que el
mundo sobreviviera sin el sol que sin la misa" (P. Pío de
Pietrelcina).
¡Vale tanto la misa! Un santo obispo decía: "!Qué gozo siente mi alma
al celebrar la misa!
Por muy ofendido, despreciado, blasfemado e
injustamente, tratado que sea Dios de parte
de muchos hombres... tengo la
dicha de dar a Dios infinitamente más gloria que ofensas
puede recibir de
los pecados de los hombres. ¿Nos explicamos ahora, por qué no se ha
roto en
mil pedazos al golpe de la ira divina esta tierra pecadora? ¿Nos explicamos
por qué
hay sol en los días y luna en las noches y lluvias en el tiempo
oportuno y comunicación de
Dios con los hijos de los hombres? HAY MISAS EN
LA TIERRA en todos los minutos
del día y de la noche se está repitiendo a
lo largo del mundo: Por Cristo, con El y en El...
todo honor y toda
gloria". (Beato Manuel González).
"Si supiéramos el valor de una misa, nos esforzaríamos más por asistir
a ella" (Cura de Ars).
"Uno obtiene más mérito asistiendo a un
misa con devoción que, repartiendo todos sus
bienes a los pobres viajando
por todo el mundo en peregrinación" (S. Bernardo).
(...)
Así piensan los santos ¿y tú? ¿Crees todo esto? La misa es la Suma de la
Encamación y
de la Redención. Es el acto más grande, más sublime y más
santo que se celebra todos
los días en la tierra. La mis es el acto que
mayor gloria y honor puede dar a Dios.
Todos los actos di amor de todos los
hombres que han existido, existen y existirán, no
sonada en su comparación.
Porque la misa es la misa de Jesús y, según Sto. Tomás de
Aquino, vale
tanto como la muerte de Jesús en el CaIvario, ya que la misa es la
renovación
y actualización del sacrificio de la cruz. “Es el memorial de la
muerte y resurrección de Jesús”
(Vat II, SL 47). Memorial es hacer vivo y
real ahora entre nosotros, un acontecimiento
salvífico que tuvo lugar en
tiempos pasados.
Supongamos que hubieran tenido estudios de cine y TV en aquellos tiempos de
Jesús y
hubieran filmado su pasión, muerte y resurrección. ¡Qué emoción
sería para nosotros ahora
poder contemplar con nuestros ojos lo que sucedió
hace dos mil años y poder ver a Jesús
resucitado! Pues bien, la misa es
algo más que una película, por muy bonita que sea, es un
memorial, es
decir, es la misma realidad actual y palpitante, aunque expresada de otra
manera,
de modo sacramental, sin derramamiento de sangre. Por eso, decimos
también que la misa es
el memorial de la Pascua de Cristo, el memorial de
la Redención o de su Pasión, muerte y
resurrección. En una palabra,
diríamos que es el memorial de su infinito amor, pues en cada
misa el amor
infinito y eterno de Jesús se hace palpable y se sigue ofreciendo por
nuestra
salvación. Este amor de Jesús se hace presente al entregarse a cada
uno en la comunión y
al encarnarse de nuevo entre nosotros, como en una
nueva Navidad, en el momento de la
consagración.
La consagración es el corazón de la misa, sin ella no habría adoración ni
sagrarios ni
comunión.
Por eso, cuando en otros tiempos no se acostumbraba
a comulgar todos los días, los fieles
estaban bien atentos y miraban a la
hostia en la elevación, con deseos de comulgar, para
hacer así una comunión
espiritual.
Cuando tú asistas a la misa, procura estar atento a este momento cumbre del
gran prodigio
de amor. Toda la misa converge en este momento sublime, en
que todo un Dios se acerca
a nosotros como en una nueva Navidad. Para este
momento supremo viven todos los
sacerdotes, para esto se celebra la misa.
Sin la consagración, la misa no sería misa. Vive
conscientemente este gran
acontecimiento y agradece a Dios por este gran milagro que
sucede cada día.
Piensa en lo que sucede: unas breves palabras pronunciadas sobre la
hostia
y, en el mismo instante, esta hostia viene a contener un tesoro mayor que
todos
los tesoros de la tierra.
(...)
Jesús baja a la tierra, obedeciendo las palabras de un humilde sacerdote. Y
lo mismo
sucede esto en las grandes catedrales de los países ricos como en
las humildes casitas
de esteras de los pobres de África o de América
Latina.
(...) No dudemos, digamos como Sto. Tomás: "Señor mío y Dios
mío". Y procuremos,
en esos momentos, estar de rodillas ante nuestro
Dios. No seamos meros espectadores,
indiferentes a lo que se celebra ¿Acaso
estamos de pie para que no se manche nuestra
ropa? Alguien ha dicho que
nunca es el hombre más grande que cuando está de rodillas.
No te
avergüences de estar de rodillas ante tu Dios.
Sta. Margarita María de Alacoque cuenta en su Autobiografía que su ángel de
la guarda:
"no soportaba la menor falta de modestia o de respeto ante
Jesús sacramentado, delante
del cual lo veía postrado en tierra y deseaba
que yo hiciese lo mismo". Y tú ¿le negarás
el respeto y amor que se
merece? ¿Le negarás hospedaje en tu corazón? ¿Le negarás
obediencia a su
deseo de que vengas a la misa los domingos?
La misa ha sido siempre la devoción de los santos por excelencia. Nuestra
Madre María
nos decía en Medjugorje el 25-4-88: "Haced que la misa sea
parte esencial de vuestras
vidas". Por eso, no digas que no tienes
tiempo. Cuando le decían esto a S. José de
Cotolengo, El respondía:
"malos manejos, mala economía del tiempo". Tú, asiste a la misa
para unirte a Jesús y alegrarte en la celebración de los grandes misterios de
la humanidad,
y para orar por tus familiares vivos y difuntos. A este
respecto, decía S. Alfonso María
de Ligorio que la misa "es el más
poderoso sufragio para las almas del Purgatorio". Ya
desde los
primeros tiempos del cristianismo se celebraban misas por los difuntos.
Tertuljano,
en el siglo II, nos habla de la costumbre de celebrar la misa
en el aniversario de la muerte.
Ahora, existe la buena costumbre, en
algunos lugares de la misa a los ocho días, al mes y
al año. Orar por
nuestros familiares difuntos es una obligación, no sólo de caridad, sino
también de justicia. Debemos ayudarlos, pues según Sta. Catalina de Génova,
llamada
la doctora del purgatorio, allí se sufre mucho más de lo que
podemos sufrir en este mundo.
S. Agustín, en varias de sus obras, nos habla de esta costumbre antigua en
la Iglesia y
afirma que su madre Sta. Mónica, antes de morir, le manifestó
el deseo de que se acordara
de ella en la santa misa (Cf Conf IX,36).
Porque "es bueno y piadoso orar por los difuntos...
para que sean liberados
del pecado" (2 Mac 12,46). Y la mejor oración es la santa misa.
Por
eso, ofrécele el regalo de la misa y comunión, donde renovarás tu amistad
con El.
Jesús, Tú eres mi amigo más querido, el Amado de mi alma, lo más grande de
mi vida.
Gracias Jesús, por tu amistad y por la misa de cada día.
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