Ser santo es sencillo, pero
requiere de mucha valentía, coraje y fortaleza, porque no es algo que
"esté de moda" y que el ambiente te ayude a conseguir. Por el
contrario, si quieres de verdad llegar a ser santo, encontrarás miles de
obstáculos en el camino, empezando por ti mismo:
• Tu pasión dominante o "talón de Aquiles". Si observas un
poco tu vida, encontrarás que miles de veces no has respondido como Dios lo
esperaba de ti. Frente al llamado que te hace Dios a la perfección,
encontrarás en tu vida presunciones, desesperaciones, perezas, enojos,
riñas, odios, gula, impurezas, supersticiones, mentiras, venganzas y
omisiones. Luchar contra todo esto a la vez puede resultar imposible, como
si trataras de matar a miles de mosquitos dando golpes con una espada en el
aire. Lo que tienes que encontrar es la raíz de estas caídas, tu talón de
Aquiles, el nido de donde provienen los mosquitos, y arremeter contra él
con todas tus fuerzas. Algunos tienen este defecto dominante en los ojos,
otros en la lengua, otros en la imaginación. Si de verdad quieres ser
santo, deberás descubrir cuál es el origen de tus defectos.
• El desánimo. Tal vez empieces a recorrer el camino hacia la
santidad con grandes ilusiones, pero debes estar consciente de que vas a
caer mil veces y vas a tener que levantarte otras tantas. El desánimo es
“guillotina de santos”; no permitas que se apodere de tu vida y te haga
decir o pensar que no sirves para eso, que tienes demasiados defectos, que
no eres capaz. Todos los santos han tenido defectos y fallos, pero su
santidad ha consistido en saber levantarse a tiempo y seguir adelante.
• El agobio del trabajo. Puede ser también que al darte cuenta de
las necesidades que tiene la Iglesia, de los problemas que existen en el
mundo, te sientas agobiado, como si te encontraras solo con una pala ante
la misión de trasladar una montaña a otro lugar. El agobio te vuelve
ineficaz y eso no lo quiere Dios. Hay mucho trabajo que hacer, pero debes
empezar por lo que a ti te corresponde, en el estado y condición de vida en
donde Dios te ha puesto. Si trabajas en lo que debes, Dios se encargará de
lo demás. El agobio es el mismo que sintieron los apóstoles cuando Cristo
les dijo que sentaran a las cinco mil personas y les dieran de comer. Los
apóstoles pudieron conseguir solamente cinco panes y dos peces y Jesús hizo
lo demás y todos quedaron saciados.
• El pesimismo. Los pesimistas no pueden ser apóstoles y mucho menos
santos. Los pesimistas se quejan de su trabajo, de los pocos frutos que
obtienen, de sus achaques, de sus problemas, del calor y del frío… El
pesimista hace insoportable la vida a los demás, pues su tristeza se
contagia. Los santos son alegres y optimistas, nada puede nublar su cara,
pues saben que están en las manos de Dios, que es todopoderoso y que los
ama.
• La rutina. Tal vez tu vida te parezca aburrida por ser igual a la
del resto de los jóvenes que pueblan el mundo: la escuela, el trabajo, los
amigos, las fiestas, la familia… ¡Bah! ¿En qué se diferencia tu vida de la
del resto del mundo? ¿En qué te distingues tú, que quieres ser santo? Hay
una frase que dice: “Con las mismas piedras se puede adoquinar una calle o
construir una catedral”. Así es tu vida, tienes las mismas herramientas que
cualquier otra persona de tu edad, pero si vives con rutina solamente verás
piedras en las piedras. En cambio, si desechas la rutina, podrás ver en
cada piedra la posibilidad de construir una catedral; empezarás a descubrir
los milagros que Dios realiza frente a ti a cada momento. El secreto está
en mantenerte en contacto con Dios para ver todo con ojos de Dios.
• El “aborregamiento”. Si observas a los borregos, verás que caminan
en el anonimato: con las orejas caídas sin mirar al cielo; viendo
mecánicamente al que va delante de ellos. Un santo nunca puede caminar como
borrego, en medio de la multitud haciendo lo que los otros hacen. Tú eres
diferente de los demás y no debes tener miedo de comportarte de manera
diferente a los otros, que sólo reaccionan ante el aullido del coyote o el
silbido del pastor. Para ser santo debes dejar de ser borrego; atreverte a
caminar contra corriente en tu estilo de vestir, de divertirte, de hablar y
de pensar, comportándote como lo que eres: un hijo de Dios.
• Las omisiones. Los santos no saben cruzar los brazos con una
sonrisa y encogerse de hombros para contemplar cómo los demás caminan por
senderos erróneos. Los santos están alerta para corregir, defender,
enmendar los daños que otros puedan provocar; los santos buscan la ocasión
de ayudar, no esperan que ésta les caiga encima, no se quejan de la
situación del mundo: sino que luchan por hacerla mejor.
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